En las alturas de los Jardines de Puerta Oscura sobreviven los restos de la biblioteca inaugurada en 1939 y que fue un quebradero de cabeza para los guardas municipales por los lectores mangutas.
Los comportamientos incívicos, no se crean, no nacieron ayer. La tentación de saltarse las normas en provecho propio y hacer el panoli puede que se remonte a la Málaga de los fenicios, aunque de momento los arqueólogos no hayan encontrado ninguna milenaria y polvorienta caja B.
Sin necesidad de irnos tan atrás en el tiempo, tenemos la prueba en lo poco que queda de la biblioteca municipal de los Jardines de Puerta Oscura.
Inaugurada en 1939, completaba las de hombres y mujeres que, por separado, se encontraban en sendos extremos del Parque desde los años 20 y la que se inauguró junto al Santuario de la Victoria, en los Jardines de Alfonso XII, poco antes de la II República.
El problema de estas bibliotecas, y en especial la de Puerta Oscura, no fue la falta de lectores sino la abundancia de lectores mangutas, algunos de ellos a gran escala, como ese anónimo malaguita que se llevó de recuerdo 29 volúmenes en junio de 1940 (intuimos que lo pasó de fábula ese verano, ya fuera por leerlos o por revenderlos y sortear así los rigores de la posguerra).
El caso es que los guardias municipales no daban abasto tratando de dar caza a tanto amigo de lo ajeno con lo que la biblioteca, ya suponen, fue decayendo hasta que se cerró en los años 60 del siglo pasado.
En estos tiempos en los que leer tres párrafos seguidos ya es como subir al Himalaya para algunos adictos al whatssapp y Twitter, la figura del un ladrón de libros se ha vuelto tan mítica como la de un unicornio con los colores del Unicaja.
Y sin embargo, ahí están, desde hace años, los restos de la biblioteca, polvorienta y abandonada, con el aspecto de haber sido la celda del conde de Montecristo. Todavía sobrevive, resguardada por una verja oxidada. Como suponen, en las baldas no queda ni un libro.
Bilingüismo
Ayer, uno de los nuevos autobuses de la EMT informaba en español, en su señal luminosa junto al conductor, de que la parada había sido solicitada, pero también lo hacía en euskera («Eskatutako geldialdia»).
Un servidor pensaba que por fin en nuestra ciudad, cuna de la Málaga Education Week (como ustedes intuyen, la semana de la enseñanza del español), ya se podían aprender todas lenguas oficiales de España, como prueba de que no son armas arrojadizas de pueblos predemocráticos sino patrimonio cultural de todos los españoles.
Sin embargo, ahí quedó la cosa, en información en castellano y euskera de la solicitud de parada. Ni rastro del gallego ni del catalán.
Ya puestos, y dado el tipo de cliente que en nuestra ciudad se sube a los autobuses, aparte de las lenguas españolas, sería estupendo incorporaran la información en inglés y si es posible, en alemán.