Con el fin de potenciar el driblaje y la puesta a punto de los sentidos, en Puerta del Mar hay una doble hilera de alcorques que no se los salta un galgo.
Se habrán dado cuenta de que los partidos en España miran a las dictaduras y regímenes totalitarios con más condescendencia de la cuenta si pertenecen a la misma cuerda ideológica, mientras que si hablamos de dictadores y caudillos del bando de enfrente, aplican los máximos parámetros de ética y derechos humanos. Así que personajes de dudosa reputación como Franco, Pinochet, Castro, Ortega o Maduro reciben comprensión o critícas según convenga.
Tan desnortado parecer, fruto de décadas embarrados en las trincheras, bien podría aplicarse a otros aspectos de la vida menos sangrientos como los alcorques de Málaga. Ustedes perdonen esta internada por los cerros de Úbeda pero lo que para unos malagueños son alcorques, para otros se trata de obstáculos traicioneros en la vía pública que no entran en esta categoría.
En los orígenes, uno caía en ellos mayormente por inmersión o literal metedura de pata. Según la RAE, el alcorque es un «hoyo que se hace al pie de las plantas para detener el agua en los riegos». Observen por cierto que la RAE escribe «al pie de las plantas» y no «a pie de plantas», así que no sigue la jerga importada por nuestros políticos malaguitas, a los que les encanta estar «a pie de calle»; «a pie de urna» los días de elecciones y muy pronto, «a pie de cañón», pero eso es otro cantar.
El caso es que el alcorque es un hoyo que, suponemos, abundaría ya en la Málaga musulmana, pródiga en árboles. Así que lo lógico es caer en ellos, como dan fe tantos partes policiales y denuncias interpuestas al Ayuntamiento.
Alarmado por tantas caídas y crujir de huesos, nuestro Consistorio decidió, en un gesto que le honra, subirlos de altura hasta nivelarlos con la calle y para que los árboles siguieran recibiendo agua, aplicó un sistema de filtración que permite al naranjo, el brachichiton o la jacaranda seguir viviendo (y al malagueño no hocicar más).
Esta tendencia, sin embargo, se ha roto en pedazos en una de las grandes vías del Centro: Puerta del Mar.
Los genios que diseñaron este espacio peatonalizado, con el visto bueno municipal, quisieron dar un paso más en el mundo del diseño urbano e idearon para una doble hilera de palmeras el no va más: un monumento al alcorque.
Porque como habrán padecido cada vez que pasan por allí, los alcorques que rodean las palmeras no están más bajos que la calle pero tampoco a su mismo nivel.
Los cacharros autorizados por nuestro Ayuntamiento están todos en alto, así que el pasear por Puerta del Mar -que no es precisamente un páramos solitario- se convierte en un incordio, porque hay que driblar a los peatones y también a todos estos alcorques monumentales, quién sabe si diseñados en una noche tormentosa, parecida a la que acompañó el nacimiento del monstruo de Frankestein.
Alcorques, como dictadores y sátrapas, parece que hay para todas las sensibilidades