Desde hace dos semanas baja por el Camino de los Almendrales, del interior del Seminario, un reguero de aguas, en las antípodas de la catarata de anuncios de perfumes de estos días.
En 2013 Luis Linares, de la Academia Malagueña de Ciencias, publicó, editado por esta institución, Agua y Románico, un precioso repaso a los manantiales y fuentes en el Románico español. La obra evidencia la estrecha relación entre el agua y los espacios sagrados desde tiempo inmemorial, pues no hay que olvidar que a su vez estas primitivas iglesias se levantaron sobre lugares de culto paganos, que ya trataron de domesticar los romanos al trocar las deidades celtas e iberas por las ninfas y los dioses de su panteón.
Pero no sólo ocurre en tierras del Románico: la Catedral de Málaga se levanta sobre un antiguo cerro que contaba con un pozo de agua.
La magia del agua, sin embargo, ya no es la que era desde la aparición del grifo. Sin embargo, en el siglo XXI persiste su capacidad de sorprendernos, ya sea en las trombas de noviembre, en su transmutación veraniega en porquería por la falta del saneamiento integral o en las apariciones sorpresa en nuestra Catedral sin tejado en forma de goteras.
Otro ejemplo, desde hace tres semanas, lo tenemos en el Camino de los Almendrales. Al menos desde el 17 de diciembre salen presuntas aguas fecales del Seminario que bajan por esta ancha cuesta al tiempo e impregnan el ambiente de las clásicas bombas