Muchos malagueños han perdido la capacidad de sorprenderse a causa de las novedades tecnológicas casi diarias, pero no siempre ha sido así.
Recuerda José Luis Garci en A este lado del gallinero, recopilación de artículos sobre cine, que las películas de su infancia le mostraron un mundo inalcanzable para los españolitos nacidos en los años 40 y que si sus películas favoritas eran las que sucedían en lujosos apartamentos de Nueva York se debía a que podía admirar neveras enormes, teléfonos y botellas de champán.
Los niños nacidos en los 40 asistieron con el tiempo a sucesos incomparables como la instalación del teléfono en las casas de clase media y baja, la proliferación de los semáforos o el increíble funcionamiento de una escalera mecánica, para ahorrar ejercicio a los compradores.
No es de extrañar que, a su vez, Garci fuera un acérrimo seguidor del NO-DO, pero no para ver a Franco pescando en el Azor sino por los minutos que el NO-DO dedicaba a recorrer el ancho mundo, la única forma de ponerlo entonces al alcance de los españoles -salvo si emigraban-.
La clamorosa novedad, la maravilla inalcanzable expuesta por primera vez a los ojos de un malagueño quizás esté en nuestros días algo alicaída por la sucesión casi diaria de novedades, la mayoría tecnológicas, que ha aminorado nuestra capacidad de sorprendernos.
Sin embargo, esa admiración de Garci por algo tan poco usado en nuestros días como un teléfono fijo lo tuvieron los malagueños en muchas ocasiones. La Fundación Telefónica conserva las fotografías de la instalación de los cables telefónicos por la Málaga de los años 20, que ya dio a conocer este periódico. Imaginen la sorpresa de los malaguitas de entonces al ver la ciudad cubierta de postes de madera y cables cruzando las calles, como si bajo ellos fuera a pasar un tranvía todoterreno.
Y muchos recordarán todavía el corrillo de personas de todas las edades alrededor de la tienda Taisa de los Taillefer, en la plaza del Siglo, en el verano del 59, porque en el escaparate se exponía nada menos que un televisor y con emisiones de Alemania e Italia, porque la tele española no había llegado a Málaga. Taisa, por cierto, fue la empresa que trajo a nuestra ciudad, cinco años antes, un arriesgado invento del que ningún otro negocio quiso la representación: los frigoríficos Westinghouse, que nada tenían que ver con las vetustas neveras de hielo.
Y qué me dicen de esa Málaga asomada a la Democracia, a mediados de los 70, cuando asistió a la inauguración del Híper. Pocos concebían una tienda de alimentación ( y de todo) en la que el tendero no trajera las cosas que uno quería, sino que el cliente debía entrar en ella, servirse por sí mismo y depositarlo en una cinta para que le cobraran.
Momentos mágicos, como la llegada, hace pocos años, de las tabletas, instrumentos que nadie sabía muy bien para qué servían y que hoy abundan más que las perdices. Las sorpresas siguen entre nosotros, sólo hay que verlas con los ojos de un niño.