En la calle Doctor Muguerza Bernal, en las 503 viviendas, monta guardia un soberbio ejemplar de pino carrasco, recuerdo de un pasado de campo y fincas.
Uno de los reportajes más bonitos que ha tenido la suerte de realizar el autor de estas líneas tuvo lugar en el verano de 2001, cuando escribió sobre el regreso de la antigua familia propietaria de la finca de La Virreina Alta a la vieja casa, convertida entonces en una ruinosa evidencia, con habitaciones utilizadas para consumir droga y muchas más lindezas.
Cuando pocos años después tuvo lugar su demolición, muchos nos temimos lo peor, es decir, que no volviera a levantar cabeza pero, por suerte, el Ayuntamiento la reedificó y hoy es una incubadora de empresas.
Julián Dorao, autor de un proyecto de desviación del río Guadalmedina fue quien compró la finca en 1940. Estuvo en manos de esta familia hasta 1990, cuando la vendió a una constructora.
El hijo de Julián, el fallecido arquitecto Ignacio Dorao, recordaba el mar de bancales con limoneros, higueras y melocotoneros que se extendían desde la casa. La finca original, de finales del XIX, parece que perteneció a un indiano y con los años se parceló y vendió, por eso se conocieron las particiones resultantes como Las Virreinas.
Francisco García Vigo, dirigente vecinal de La Palma-Palmilla, recordaba en su infancia que buena parte del barrio estaba rodeado de campo. Y una evidencia de ese barrio que todavía sigue a las puertas de la Naturaleza, acompañado por el Monte Coronado y el Parque Periurbano de la Virreina, es un soberbio pino carrasco que merecería estar incluido entre los árboles más notables de Málaga.
Se encuentra en la calle Doctor Muguerza Bernal, en la acera de las 503 viviendas (las casas mata) y frente a La Virreina. Por su porte (¿20 metros?) debe de tener más de medio siglo, probablemente más, aunque un servidor no sea ningún pinólogo y la evidencia empírica se limite al ojo de buen cubero.
Lástima que contar con un árbol tan bello, que recibe además podas cíclicas por parte del Ayuntamiento, no sea todo lo valorado que debiera por algunos vecinos, que sacan a relucir el problema de que las puñeteras orugas procesionarias de todos los años terminen en los patios de las casas mata más próximas.
Las molestias han sido tantas, explicaba hace unos días un vecino al firmante, que hasta pidieron al Consistorio que cortara el pino, aunque por fortuna este luctuoso hecho no se ha producido porque el Ayuntamiento se negó en redondo.
El árbol, en todo caso, luce una bolsita en el tronco que demuestra que el combate contra las procesiones de orugas continúa.
Por su hermosura, singularidad y también por ser una especie de solitario centinela en la suave y prolongada cuesta que termina en los bloques de La Palma, merece compararse con otro árbol singular, del que alguna vez hemos hablado en esta sección: la causarina de Nueva Málaga, en el Carril de Gamarra, a la altura de la calle Rosa.
Si se quejan, y con razón, las casas están rajadas por las raices, pero eso no es lo único, las orugas da picores nada más pasar y a personas mayores más de una vez les han caído encima. Y, además los días con viento se ha caído más de una rama que si le cae a alguién en la cabeza lo deja en el sitio.
No es que quieran que corten el árbol porque sí señor autor, nos gusta la naturaleza, y sobre todo la majestuosidad de los árboles de tanto tiempo e historia, pero tengalo usted encima de su casa, a ver si no se queja.