Continúa la moda de la invasión publicitaria que se extiende por los ventanales de los autobuses de la EMT y nos depara la visión de un insecto.
En los años 50 y 60 del siglo pasado, el gazpacho mental formado por los primeros viajes espaciales y la amenaza atómica dio al cine y la literatura norteamericanas obras memorables. Entre ellas, las Crónicas marcianas (no confundir con la verbena televisiva), El increíble hombre menguante, El hombre con rayos X en los ojos y, en la misma línea de mutaciones asombrosas, La mosca, que tuvo nueva versión en los 80 y nada tiene que ver con El hombre mosca, de Harold Lloyd, de los años 20, que como ustedes saben va de escalada y no precisamente de montañas.
En nuestros días, con las dos principales potencias mundiales gobernadas por dos tarugos crueles e impredecibles, la amenaza atómica sigue en ciernes y en cuanto a los viajes espaciales, alcanzan más metas los cacharros tripulados a distancia que quienes se suben a la noria de la Estación Espacial Internacional.
Los tiempos habrán cambiado, pero tanto la amenaza atómica como los hitos espaciales continúan presentes. La ventaja con respecto a la década de los 50 y los 60 es que ustedes mismos lo tienen ahora muy fácil para protagonizar aunque sea un corto sobre una misteriosa mutación en su cuerpo.
Sin necesidad de echar mano de grandes estudios y presupuestos, sólo tienen que tener dinero para un billete y subirse a uno de los relucientes y bonitos mega autobuses de la EMT que circulan por nuestras calles.
El paso siguiente es ocupar uno de los asientos inutilizados para contemplar el paisaje. Acerquen la vista a la ventana y comprobarán cómo su vista se ha transformado en una inquietante colmena dividida por mil y una celdillas; así es, parece ser, cómo ven el mundo las moscas, incluidas las de Machado.
Guarden el secreto porque se habrán convertido, durante todo el trayecto, en una criatura capaz de criar malvas con que les rocíen el pelo con DDT.
Tan misteriosa mutación se explica por la manía municipal de extender en las ventanas de los autobuses grandes adhesivos publicitarios con las más variadas justificaciones, desde comerciales a, en este caso, campañas de promoción de nuevos vehículos de la Empresa Malagueña de Transportes.
Por lo menos, tienen el detalle de agujerear los adhesivos para que los autobuses no se conviertan en habitáculos del Paleolítico por falta de luz, pero privan a malagueños y visitantes de algo tan sano y beneficioso como la contemplación del paisaje o la lectura en condiciones.
Aunque este tipo de anuncios potencie el cine de ciencia ficción en Málaga, como hemos podido ver, bien haría nuestro Ayuntamiento en colocar toda la publicidad que desee en el exterior de los autobuses -y para esto tiene todo el vehículo- pero dejando en paz las ventanas. No es plan de acelerar mutaciones de ignotas consecuencias.