Después de 15 años soportando los vecinos noches toledanas e insufribles fines de semana, el Gobierno central debería sacar cuanto antes las perreras del antiguo cuartel de Capuchinos.
El silencio es esa cosa tan difícil de describir y que experimentan los usuarios de un autobús cuando todo el pasaje consulta sus whatsapps o ve vídeos, siempre que no sean estruendosos. En El Romeral nació hace más de una década la asociación El Romeral contra el Ruido, un colectivo que ha denunciado en este tiempo lo que considera incumplimientos de horarios de cierre de algunos locales del barrio, así como el exceso de sillas en la calle, por encima de lo inicialmente autorizado por el Ayuntamiento.
También en el Centro los vecinos han conseguido que, en ocasiones, el Ayuntamiento reaccione con la retirada de las terrazas sobrantes. En días punta del verano hasta en la arena algunos hosteleros avispados han llegado a colocar sus mesas, saltando por encima de los paseos marítimos, para asombro de Costas.
Ruido y negocio van muchas veces unidos y es complicado encontrar el equilibrio en una ciudad turística como Málaga, en la que los vecinos tienen la insana costumbre de dormir una serie de horas por las noches.
Donde el equilibrio no se guarda ni en pintura es en la relación que tres centenares de familias de Capuchinos mantienen con la Policía Nacional. Pero no porque estas tengan que saldar alguna cuenta con la ley sino por la disparatada decisión tomada hace unos 15 años de colocar las perreras de la Comisaría Provincial en la terraza del antiguo cuartel de Capuchinos, en el centro de un barrio lleno de calles estrechas y viviendas.
La semana pasada este periódico volvió a recoger las quejas de los vecinos, porque los perros tienen la insana costumbre, desde hace cientos de miles de años, de ladrar. Y ladran a cualquier hora, con el problema de que los ladridos, como los bostezos, se contagian y lo mismo a las 5 de la mañana la diana de los vecinos es una zapatiesta perruna.
Ninguna culpa tienen los animales sino los ineptos que hace unos 15 años decidieron montar las perreras en un emplazamiento tan absurdo y perjudicial para tantas familias, en lugar de elegir un sitio mucho más lógico y apropiado: en las afueras de Málaga, como están tanto la perrera municipal como el refugio de la Protectora de Animales.
Hace dos años, el firmante habló con la Policía Nacional y un portavoz aseguró que estaban tomando medidas para rebajar las molestias. De nada han servido, por eso los vecinos se han vuelto a movilizar y a contactar con el Gobierno central para que acabe con este martirio.
Como informó este periódico, la subdelegada del Gobierno actual, María Gámez, conoce el problema, tras reunirse con una portavoz vecinal, quien por cierto, con embarazo de riesgo, ha tenido que dejar su casa e irse de alquiler porque no puede soportar los ladridos.
Este problema no puede esperar más, después de 15 años de noches sin dormir y fines de semana sin descanso para cientos de capuchineros.