Los bajos ajardinados del antiguo cuartel de Capuchinos, que dan a la calle Empecinado, exhiben un agreste y seco panorama repleto de botellas.
Ayer, este periódico informó una vez más sobre los problemas de sueño que padecen cerca de 300 familias, porque todo el santo día, y por supuesto, toda la santa noche, los perros que tiene la Comisaría Provincial en el antiguo convento de Capuchinos están en plena forma, en lo que a producción de decibelios se refiere.
Aunque suene demagógico, bastaría con que los responsables que en elecciones nos dan la mano en los mercados pasaran una noche (toledana), para que todos los inconvenientes burocráticos desaparecieran y las perreras se trasladaran a un sitio más racional sin demora.
Confiemos en que, tras 15 años de noches toledanas, estos vecinos de Capuchinos encuentren una respuesta racional del Gobierno central, aparte de buenas palabras. Pero tenemos que seguir con el antiguo cuartel y convento de Capuchinos porque su zona ajardinada no es tal sino un enmarañada parcela en la que hasta Jesús Calleja tendría problemas para abrirse paso, y eso, aparcando fuera el helicóptero.
Hablamos de esa amplia terraza ‘ajardinada’ ( y lo ponemos entre comillas) que da a la calle Empecinado, al pie de las murallas cuarteleras que, en caso de sufrir una invasión enemiga en siglos pasados, parte de las huestes rivales sufrirían serios arañazos, sin olvidar, probablemente, su ración de liendres y otros insectos voraces.
Casi todas las veces que, de forma aleatoria, el firmante se ha dado una vuelta por la zona la ha encontrado hecha unos zorros. Esta semana no fue una excepción, aunque un vecino comentaba que el ‘jardincito’ ha sido segado en más de una ocasión por una cuadrilla de desempleados. La naturaleza, lo vemos claro, crece como la espuma pero también los daños colaterales: la basura.
Porque la terraza capuchinera linda con la vetusta escalinata que conecta calle Empecinado con la plaza de Capuchinos. Y la escalera, aunque no está para muchos trotes, es un lugar reservado para el bebercio y luego, una vez que el contenido va dentro, el continente va fuera, así que junto a los escalones, en el comienzo de este jardín no apto para Jesús Calleja se amontonan las latas y las botellas.
El mismo vecino que informó de la siega cíclica pensaba que lo mejor era asfaltar todo el jardín colgante y con eso se acababa el problema. En realidad, esos arbustos, si fueran bien tratados, quedarían muy bien y romperían la sobriedad de los muros cuarteleros. Pensemos en algo así, a mucha menor escala, en la tira de tierra en ‘descomposición’ de la Travesía del Pintor Nogales.
La cuestión, intuye el firmante, es que este tramo no da la impresión de que sea municipal. Tiene toda la pinta de entrar dentro de los dominios del Gobierno central, entre cuyas prioridades nunca ha estado la jardinería. Sea de quien sea, algo habrá que hacer con esta inexplicable zorrera.