El Ayuntamiento realiza la esperada urbanización de esta entrada al Cementerio de San Miguel y acaba con el cutrerío de un aparcamiento al aire libre superpoblado.
Como recordarán algunos lectores, tras visitar el Cementerio de San Miguel el Día de Todos los Santos esta sección se dio una vuelta por la ciénaga que pasa sus días en el lateral exterior derecho, un terrizo repleto de una intensa vida acuática en cuanto caen tres gotas; un barrizal que obligó a nuestro Ayuntamiento a echar chinos en la entrada lateral del camposanto, no fueran a embarrarse los numerosos visitantes.
El alcalde, que asistió a la misa de 11 ese día festivo, comentó a La Opinión que la previsión municipal era la de adecentar el terrizo y dedicarlo en su mayoría a aparcamiento, ahora que el Ayuntamiento acaba de adecentar la plaza del Patrocinio y quitado plazas de aparcamiento. El arreglo es lo que quieren los vecinos, que hace años que conocen el deseo municipal de urbanizar la ciénaga, pero no hay manera de que se haga realidad. Es muy posible que el arreglo de la plaza acelere esta esperada mejora.
Pero se quedó en el tintero de esta sección, precisamente, la plaza del Patrocinio, de la que sólo dimos unas pinceladas. No parecería muy ecuánime visitar la zona y sólo quedamos con la parte mala, el escabroso lateral derecho, cuando la amplia explanada de entrada al Cementerio de San Miguel, Bien de Interés Cultural, acaba de ser remodelada con mucho acierto y ha dejado atrás su aspecto de aparcamiento arrabalero.
Ciertamente, antes de esta mejora había que sortear los coches aparcados para poder llegar al camposanto. Después de que el Consitorio desterrara el terrizo con un asfaltado de urgencia en una primera fase, ahora ha llegado la deseada urbanización de la plaza, llamada del Patrocinio en recuerdo del Patrocinio de San José, un patronazgo fomentado por los carmelitas.
En la que podemos considerar nueva plaza, y que a comienzos de mes estaba a falta de unos detalles de ajardinamiento, llaman poderosamente la atención eso que nombran tanto nuestros políticos: unos hitos. En concreto, la fuente del Tempus Fugit, completamente restaurada (ya no está coronada por un oxidado reloj de arena alado) y sobre todo, por la cruz conmemorativa que, valga la redundancia, por fin tiene la cruz completa, pues se pasó muchos años desbrozada por algún vándalo digno de ser exhibido en un zoo.
La cruz, por cierto, se encontraba originalmente en El Ejido para conmemorar a las 1.300 personas enterradas en este último sitio, a causa de un brote de peste en 1637 que causó un total de 12.000 víctimas en solo mes y medio. El obispo fray Antonio Enríquez de Porres se encargó de enterrarlos en el Ejido. En 1867, siendo alcalde accidental Joaquín María Díaz, el padre de Narciso Díaz de Escovar, la cruz se trasladó al interior del cementerio, ya por entonces por temor a los vándalos y en el siglo pasado se colocó donde está hoy. Por fin, completa y en un entorno urbanizado.