Se puede revivir el pasado al andar por el abollado suelo terrizo del parque de la Paloma, gracias a un invento que se disuelve como un azucarillo.
Ayer esta sección se guarecía del sol (simbólico gesto en esta semana de gota fría) bajo la reparadora sombra de una pérgola con plantas trepadoras en el parque de la Paloma. Toparse con una pérgola cubierta por plantas en un parque de Málaga es algo tan exótico como otorgar un doctorado honoris causa a Gabriel Rufián, el diputado que a diario azota los fundamentos básicos de la expresión oral.
Lo que ya no es tan extraño, y continuamos en esta zona verde vecina del Centro Comercial Rosaleda, es vivir en primera persona la arqueología experimental, novedosa rama de la arqueología que consiste en poner en práctica métodos del pasado, como sacar lascas de sílex, encender fuego con dos palos o levantar un adosado de cañas con las técnicas del Neolítico.
En el caso que nos ocupa, el paseante que se adentre por la zona no hormigonada de este parque podrá conocer cómo era el mundo antes de que fuera surcado por aceras, asfalto y autopistas de pago.
Sin necesidad de remontarse a la Edad del Cobre o a la invasión francesa, quien se interese por esta disciplina sabrá lo que era vivir en una Málaga que, hace cuarenta años, todavía tenía un buen surtido de calles de tierra, como en Nueva Málaga por ejemplo, donde los vecinos debían sortear el polvo y el barro para llegar a las viviendas de la cooperativa.
Y todo se debe a esa tierra compactada que en los últimos años ha llenado nuestros parques y que parece tener la consistencia de un azucarillo en cuanto caen tres gotas. Se trata de un producto novedoso que en cuanto pasan unos años transforma toda superficie cubierta por el invento en el famoso batatal de Málaga (el antiguo Cementerio de San Rafael).
Tan caprichosa orografía puede comprobarse en el parque, con algunas zonas en las que, da la impresión, se está gestando un complejo de toperas.
La asociación de vecinos Parque Teatinos hace años que dio la voz de alarma ante la desintegración del suelo que cubre los parques dedicados a Fernando de León y la Virgen de Araceli. entre las calles Orson Welles y Carril del Capitán.
Este verano La Opinión paseó por estas zonas verdes con el presidente de la asociación, Miguel Millán, y pudo comprobar que la tierra compactada no está hecha para durar como las pirámides. Lo podemos comprobar también en la zarrapastrosa y sinuosa lengua de tierra que ha quedado en la Travesía del Pintor Nogales, la cuesta entre la Alcazaba y la Aduana. También en su día lució este producto prodigioso, que se publicitó como una solución novedosa que además rompía la uniformidad de la calle y lo que ahora puede romper son algunos tobillos.
Todo apunta a que, si este mejunje ya no aporta belleza, sí que nos puede aportar una sarta de esguinces. Ojo, pues, con el abollado suelo que nos sustenta.