De un pino de enormes dimensiones junto a los terrenos del Civil cuelgan nidos colectivos de cotorras argentinas de un tamaño considerable. Los nidos se multiplican por la parcela.
Hasta las moscas, las familiares e inevitables golosas, lograron inspirar a Antonio Machado, que nos dejó un poemita inolvidable. Algo tienen las moscas que incluso a Ángel, un burgalés afincado en Málaga que ha pasado de los 85, en muchos momentos del día invadido por la niebla del alzheimer, le hacen decir cuando le molestan que no hay ni que espantarlas porque «también tienen sus derechos adquiridos».
El mosquerío, ya vemos, puede ser poético y hasta deparar una reflexión jurídica, quizás porque llevan mosqueando al personal mucho antes de que naciera el abuelo de Ulises.
Lo que ya no está tan claro es que, al menos a un servidor, le puedan salir versos inspirados al escuchar el canto, nada acompasado y evocador, de las cotorras argentinas que atiborran el cielo de Málaga.
Hay que recordar las reflexiones del pasado verano del ecologista malagueño Miguel Ángel Barba, que con razón las tildaba de especie invasora y alertaba de que ya están empezando a incluir en su almuerzo algunas frutas tropicales de la Axarquía, con las consecuencias que eso puede tener para nuestra agricultura. En opinión de este experto, no basta con destruir sus nidos sino que hay que convertir las cotorras, directamente, en comida para otros animales.
A tan preclara reflexión ante unos animalitos que están despejando Málaga de gorriones y pájaros silvestres se puede llegar si uno da una vuelta por los terrenos del Hospital Civil, propiedad de la Diputación, y en concreto por los pinos que lindan o directamente asoman por la calle Velarde.
Alguna vez hemos hablado de esta ingente colonia de cotorras argentinas, que deben de tener extasiados a los vecinos, como tienen a los de la plaza de las Palmeras en Pedregalejo, otro núcleo habitacional con más loros que muchos rincones del Amazonas.
Ya no hablamos de su ensordecedor parloteo, que más bien es un griterío continuo y desagradable sino de los inmensos nidos comunales que cuelgan de las ramas y que dejan la ciudad arborícola del príncipe Barin, amigo de Flash Gordon, en aldeúcha.
Aunque la vista del autor de estas líneas no sea la del lince ibérico, se ve bien a las claras que uno de los inmensos pinos del conjunto, situado fuera del recinto, ya en plena calle Velarde, cuenta con un par de estos nidos con adosados que cualquier día, zarandeados por las rachas con lluvia de otoño o cualquier huracán Leslie que pase por aquí, podrían caerse por su propio peso.
Por otra parte, si finalmente el tercer hospital se construye en esta parcela del Civil y no, menos mal, sobre los preciosos jardines que hay al lado del Materno, ya pueden los expertos limpiar antes la zona de nidos si no quieren que aumenten las colas en Urgencias. Además de espantar a otras aves, cargarse cultivos y molestar con su griterío, no es plan de desnucarse con las cotorras.