A la entrada de La Palma-Palmilla, entre la comisaría de policía y el centro de salud vegeta una calle peatonal con alcorques salvajes y una puerta al río repleta de excrecencias.
Ayer, en otra sección del periódico pudimos ver cómo las desventuras del joven Werther se han materializado en la calle que lleva su nombre, en la parte de La Palmilla que linda con el parque periurbano de La Virreina, en forma de dos importantes focos de basura.
Uno de ellos, informaba el concejal del distrito, Francisco Pomares, desaparecerá en cuanto el Ayuntamiento quite una valla traidora que aisla la porquería, así que parece que está por la labor.
El segundo foco, más importante porque acompaña al peatón durante un par de cientos de metros, tiene menos solución porque se enmarca dentro de lo que se conoce como imperativo burocrático, pues la basura está depositada, no en el parque periurbano sino en parcelas varias, algunas de ellas de la Junta de Andalucía. Si nadie lo remedia saltándose el papeleo y las instancias para así hacer una limpieza de urgencia, los vecinos tienen la porquería asegurada hasta la próxima década.
Donde no parece que haya fronteras administrativas, corralitos ni fielatos es en una callecita peatonal del distrito que, al menos siempre que la visita el firmante, se encuentra en idéntico estado de decrepitud. También el pasado lunes, con motivo de una nueva visita, lucía el mismo estado de revista.
Lo llamativo de esta calle es donde se encuentra: en la entrada a La Palma-Palmilla, nada menos que entre la comisaría de policía de Málaga Norte y el centro de salud del barrio. Es decir, que no hablamos del Callejón del Gato en tiempos de Valle-Inclán sino de un espacio más que céntrico y asomado a la avenida de La Palmilla.
Y sin embargo, un año más ahí siguen los alcorques vacíos, sólo ocupados por matas que parecen fuegos artificiales de plantas agrestes que derraman su contenido por la acera, e incluso plantas trepadoras que uno no sabe si salen de la comisaría de policía para invadir el suelo de la calle o es al revés.
Se trata en todo caso de una calle olvidada por los servicios municipales pese a su importancia, presidida por un gran árbol enfermo y que a su vez desemboca en un terraplén junto al Guadalmedina donde la acumulación de basura es un clásico.
Por cierto que en esa parte trasera, antiguo mercadillo del barrio, se concentra además lo que quizás sea el mayor volumen de cacas caninas de todos los tiempos. Vamos, que uno puede llegar a ese rincón olvidado con los ojos vendados sin necesidad de tener un fino olfato.
Los únicos que aguantan el tiempo en calle tan dejada son los bancos, que no están demasiado maleados y exhiben moderadas pintadas.
El resto sigue como siempre, descuidado, a su aire (salvaje). Y es una pena, porque con un poco de cuidados municipales a esta calle peatonal tan poco lucida se le podría sacar un partido excelente. Ánimo.