La capacidad de sorpresa ante las novedades tecnológicas ha caído varios enteros, por eso no apreciamos el valor peliculero de las nuevas marquesinas digitales.
Gracias a un cacharro del móvil, el autor de estas líneas pudo comprobar que durante las vacaciones de verano anduvo un número ingente de kilómetros, superior incluso al de cualquier etapa de la Vuelta Ciclista a España.
Como muchos sabrán, pues no se trata del último grito en aplicaciones de móvil, el cacharro disecciona además si el trayecto se ha realizado a patita, en autobús, en coche, y queda por testar si también recoge la pata coja.
No es de extrañar que el hecho de que la mayoría contemos con un pequeño ordenador en el bolsillo termine secando el seso de muchos usuarios.
En este siglo XXI es muy probable que Miguel de Cervantes hubiera aparcado el Amadís de Gaula, que es un tostonazo hasta para el profesor Francisco Rico, y en su lugar hubiera escrito las aventuras de un tal Alonso Quijano que pierde las entendederas de tanto usar el whatsapp.
El apego excesivo al teléfono móvil tiene como uno de sus efectos colaterales el que el malagueño medio permanezca impasible ante novedades tecnológicas que antes le harían saltar del asiento.
Todos recordamos la primera vez que usamos algo que hoy es el pan nuestro de cada día o bien se encuentra ya en los museos. Novedades que hacían que las tiendas de Ceuta, Melilla, Gibraltar y las de los indios en la misma ciudad de Málaga fueran mecas para los ilusionados niños, que luego recibían los preciados tesoros el Día de Reyes o en forma de reloj calculadora en la Primera Comunión.
El firmante nunca olvidará, por ejemplo, la primera vez que un ser de otra galaxia (o eso parecía) apareció en su casa con un pequeñísimo reproductor de casete, al que se le enchufaban unos auriculares. Para más inri, el ente galáctico habría viajado nada menos que a Nueva York para adquirir ese objeto sin igual llamado walkman, porque permitía realizar todo tipo de actividades, incluso andar por la calle mientras uno escuchaba música sin molestar al vecino.
La inmunidad creciente a las sorpresas tecnológicas quizás haya dejado en un segundo plano las marquesinas digitales de «última generación» (faltaría más), estrenadas estos días en algunas paradas de la EMT.
Craso error, porque algo tan rompedor ya podía verse, en un formato bastante más grande, en la película Blade Runner de 1982 (recuerden el anuncio de la mujer oriental). Por cierto, que la acción del film transcurre en noviembre… del año que viene.
Quiere esto decir, que nuestro Ayuntamiento se ha adelantado a la acción de este clásico de la ciencia ficción plagado de androides con unas pantallas que a cualquier niño nacido antes de este siglo le habría causado la misma conmoción que ver un platillo volante tomando tierra en La Rosaleda.
Hoy, si nos topamos con un marciano, pensaremos que hay gente mucho más rara dentro de la Casa Blanca y volveremos a nuestra pantalla.