Sobre la calle Ferrándiz, cerca del Camino Nuevo, pende un enorme eucalipto que se ha abierto paso, al tiempo que ha agrietado un muro de contención.
Los caminos del agua son infinitos, como bien conocen no solo los aficionados a la Naturaleza, sino también los malagueños que han tenido humedades en sus pisos y no dan con ellas desde que hicieron la Primera Comunión.
A los caminos del agua hay que sumar los de las minúsculas semillas que se cuelan por cualquier vericueto. Sólo hay que ver, en la Travesía del Pintor Nogales, el arbusto que todos los años brota con fuerza del muro que sostiene el Paseo de Don Juan Temboury, junto a lo que parece un registro de la luz, además. Como nuestro Ayuntamiento tarda tanto en cercenarlo, cualquier día tendremos una escena bíblica no buscada: la zarza ardiendo.
Ocurre lo mismo en el otro lado de la muralla, en la calle Guillén Sotelo: en las salidas del agua-palomares terminan creciendo ramas capaces de transportar unos metros a Tarzán, a pesar de que no abunden las lianas. Sin embargo, uno de los casos más peliagudos asoma por la calle Ferrándiz, en la parte alta, cerca ya del Camino Nuevo y alcanza la categoría de situación peligrosa.
Hablamos del pedazo de eucalipto que durante bastantes años ha crecido a su libre albedrío, sin que nadie le eche cuentas, y que cuelga de un terraplén.
En concreto, se encuentra en la subida a la urbanización Mirador de Gibralfaro, en la calle dedicada al pintor Félix Revello de Toro.
La fatídica semilla se incrustó en la grieta de un muro de contención que ha visto cómo las grietas se han multiplicado, porque no estaba preparado para acoger a un eucalipto en su seno.
No quisiera el autor de estas líneas ponerse apocalíptico, pero si prevenir es curar, una tala del árbol acabaría con el riesgo de que se cayera con todo el equipo, muro y rocas incluidos, durante cualquier tromba otoñal.
Desde las alturas del eucalipto se ve el precioso perfil del Colegio del Monte, recordatorio de lo concurrido que puede llegar a estar la calle Ferrándiz.
Los caminos del agua y de las plantas son infinitos, por eso, cuando no hay más remedio, lo prudente es cortarles el paso.
Falsarios
Durante los siglos XVI y XVII en Italia y España proliferaron como setas las inscripciones romanas falsas. Un grupo de príncipes de lo falsario las recogía de forma manuscrita -de supuestas inscripciones en piedra- y muchas de ellas colaron hasta tiempos no tan lejanos.
Nacidas de su imaginación, las empleaban para realzar los orígenes de familias, pueblos, ciudades o países. Algunos de estos embaucadores llegaron a inventarse miles de estas inscripciones.
En fin, que el asunto de los máster regalados y el embellecimiento de los currículum de nuestros sagaces políticos no es una ocurrencia de nuestros días.