El punto limpio móvil que el Ayuntamiento pasea por todos los distritos luce como un carromato despeñado por unos acantilados y una parte de su contenido termina en manos de los chatarreros.
No hace tantas décadas, y todavía quedan reductos en algunos salones malagueños, en nuestra ciudad, como en el resto de España, imperaba lo abigarrado en la decoración de interiores.
Los fulgores barrocos se habían adueñado de miles de viviendas en pleno siglo veinte, por lo que lucían hasta los topes lámparas de araña, sinuosas molduras, tapices de ciervos, dorados, volutas… como la versión casera de un trono de Semana Santa.
Tras la tempestad barroca vino la calma y hoy impera lo minimalista, los espacios que recuerdan a un hospital robado y el blanco impoluto. A nivel municipal sólo hay que calibrar la revolución estética que ha supuesto pasar del Teatro Cervantes a la Caja Blanca.
En el plano medioambiental al minimalismo le ha salido el tiro por la culata. Basta con ver en qué estado se encuentra el punto limpio móvil, el contenedor otrora blanco que nuestro Consistorio pasea con orgullo y puntualidad británica por todos los distritos de Málaga. El objetivo, que los ciudadanos no hagamos el burro y así, en lugar de tirar todo objeto contundente al contenedor, los electrodomésticos, cables, radiografías, lámparas, impresoras, discos compactos y miles de cosas que entran en la categoría de cacharro terminen depositados en punto limpio.
El problema es que, desde hace unos años este equipamiento municipal es idéntico a como quedaría un carromato despeñado por un cerro de basura de Los Ruices, así que para entrar en su interior deberíamos ir vestidos como el equipo científico que consiguió secuestrar a E.T. el extraterrestre.
Una temporada más el autor de estas líneas cumplió con la obligación de soltar en el punto limpio móvil todos los cacharros acumulados durante varios meses. El punto limpio va rotando por todos los distritos y un día se lo puede encontrar uno en la avenida de la Aurora, al siguiente en la plaza de John Fitzgerald Kennedy y en menos que canta un gallo en el Camino de los Almendrales o en la plaza de San Pablo.
A la aprensión que causa el entrar en un sitio tan sucio y destartalado hay que sumar el que, al menos todas las veces que lo ha utilizado el que esto escribe, haya un chatarrero apostado cerca para ir surtiéndose de lo que allí se deposita; como resultado, en muchos casos el punto termina siendo, literalmente, limpiado, porque se ha producido un trasvase de materiales.
El punto limpio es un punto de abastecimiento de chatarreros, y ojalá que les vaya bien en su duro trabajo, pero difícilmente cumple su cometido medioambiental por el que los ciudadanos lo utilizan.
En cuanto a la necesidad de hacerse con un punto más limpio salta a la vista de casi todos, con la excepción de nuestros cargos públicos. Habrán ido a graduarse las gafas.