Hace ya diez años que en calle Orfila permanece vallado un edificio por una irregularidad urbanística y en el mismo lote, parte de los jardines dedicados a la Hermana Sabina.
Alguna vez ha recurrido esta crónica, probablemente por falta de imaginación, al misterioso jardín abandonado, fruto de los descuidos de la señorita Havisham, que tanto fascinaba a Pip, el joven protagonista de Grandes Esperanzas de Dickens.
En Málaga, antes de que lo adquiriera el Ayuntamiento en mitad de los años 90, el Jardín de La Concepción tuvo ese aspecto, como recordaba en este diario hace un par de semanas Miguel Ángel Barba, el fundador de la asociación ecologista Almijara, que este año ha celebrado las tres décadas de vida.
Sin embargo, todavía hoy podemos toparnos, a pequeña escala, con una zona verde invadida por la maleza, y si el proceso de abandono continuara de forma extrema, podríamos aventurar que el bloque vecino que monta guardia junto a él, terminará como esos templos de la selva camboyana en los que se ha producido el abrazo perfecto entre las columnas de piedra y los recios troncos de los árboles, hasta fusionarse como un solo monumento.
Quedan por fortuna muchos siglos para que este proceso culmine, pero no debemos menospreciar la constancia de la burocracia malaguita, que desde hace una década mantiene cerrado y vallado el bloque mencionado, que se encuentra en mitad de la calle Orfila, en el número 12, frente a un lateral del Parque Huelin. Las vallas perimetrales (al Ayuntamiento, en sus notas de prensa, le fascina precisar siempre que este tipo de vallas son «perimetrales») cortan el paso no solo al edificio sino también a parte del jardín vecino, dedicado a la Hermana Sabina, una religiosa del vecino Cottolengo, recordada en una placa de cerámica.
Sin embargo, el homenaje es más que dudoso por la cantidad de hierba seca y agreste que exhibe, ante la imposibilidad de que nadie pueda entrar a cuidar de él.
El origen de este paralís de la jardinería se encuentra en el bloque de pisos, que está casi concluido pero al que nunca han podido coronarle la banderita de España porque no tiene licencia municipal. El motivo: el vuelo de la terraza sobra. Y aunque está muy bien mantener la construcción dentro de lo permitido, en estos diez años la solución adoptada por el Ayuntamiento ha sido la temporalidad. En todo este tiempo, ningún vecino ha visto que el vuelo caiga al suelo como Ícaro, para dar el visto bueno al resto del bloque.
Lo único que han conseguido, tras las protestas al canto en este periódico, ha sido que se retranquee la valla (perimetral) para dar más amplitud a la acera.
El asunto va para largo, a no ser que la magia de las próximas elecciones municipales despierte del letargo al genio de la lámpara urbanística, y así dé con una solución definitiva y no con un apaño aletargado en el tiempo. A ver si podemos sacar el jardincito de la calle Orfila de su olvido y sopor.