La Policía Local detuvo hace unos días a los supuestos zangolotinos que habían llenado de pintadas el muro de esta histórica vivienda frente al paseo marítimo Pablo Ruiz Picasso.
No se complicaron la vida los técnicos municipales a la hora de catalogar, para el catálogo de edificios protegidos del PGOU, el número 61 de la avenida del Pintor Sorolla: La Torrecilla, la mansión asomada al paseo marítimo, por El Morlaco, históricamente ligada a la familia Van Dulken.
En la ficha, la síntesis histórica aparece como desconocida, al igual que desconocidas son las referencias documentales y bibliográficas. Los técnicos informan de que no pudieron acceder a la finca y ahí se acabó el ingente esfuerzo de investigación. Eso sí, a ojo de buen cubero calcularon que la casa era de hacia 1930.
En cualquier caso, tuvieron el detalle de otorgarle una protección arquitectónica de primer grado.
Y sin embargo, documentos municipales hay al alcance de cualquier mortal, como el publicado por Ctesifonte López en su enciclopédico libro De La Caleta al Cielo: la petición del propietario de La Torrecilla, el holandés Jacobo Laan, de hacer obras en su casa en septiembre de 1920. De ahí se deduce que la casa es, como mínimo, de ese año o puede que de años anteriores.
Jacob Laan era el marido de Lucy van Dulken. La pareja, que no tenía hijos, se fue a vivir a la gran casa de Pinares del San Antón en 1943 y a partir de ese año ocupó La Torrecilla el hermano de Lucy, Enrique van Dulken, padre.
La casa se asienta en las estribaciones del Morlaco gracias a un enorme muro de mampostería careada (es decir que las piedras están labradas por un lado) y concertada (de forma poligonal), unida con mortero de cemento. Es una técnica típica de grandes obras públicas de finales del XIX y el primer tercio del XX, por eso podemos verla también en el muro que soporta el Paseo de Don Juan Temboury en la calle Guillén Sotelo y también en el del Camino de la Desviación.
Todo este cúmulo de historia y protección arquitectónica se lo pasó un grupo de mangurrinos por el arco del triunfo. Como recordarán todos los que han pasado por el paseo marítimo, hacía meses que el veterano muro de La Torrecilla lucía unas pintadas gigantescas, que recordaban a las que otros vándalos habían realizado en el muro del Cementerio Inglés.
Por suerte, y al igual que pasó con las perpetradas en el camposanto anglicano, la Policía Local dio hace unos días con los presuntos autores de estas palurdas exhibiciones de ego.
Es una satisfacción que los gamberros sean cazados y multados y ahí queda pendiente la sangrante pintada que cubre buena parte del lateral de la iglesia de Santiago. La cuestión es cuándo se limpiarán esas pintadas, porque las que mancillan la pared del Cementerio Inglés todavía están a la vista de malagueños y turistas y ofrecen una imagen agreste y vandálica de Málaga.
Los zangolotinos deben ser castigados pero sus pintadas no merecen seguir tantos meses sin desaparecer de nuestra vista.