La cotorra argentina se ha hecho dueña de los cielos de Málaga, mientras empieza a variar su dieta y lo mismo come mangos de la Axarquía que tomates de Coín. Un problema que sólo puede afrontarse como se combaten las plagas: a fondo.
Con el fin de no herir los sentimientos de los nacionalistas de pura cepa, se ha puesto de moda entre los políticos españoles sustituir la marginada palabra regiones y la algo menos problemática comunidades autónomas por la etérea territorios.
España, al igual que el mundo de Juego de Tronos y otros universos medievales, se divide en territorios, y así los obsesos de la identidad excluyente y la pureza enarcan menos la ceja.
En el caso que nos ocupa, la ciudad de Málaga es territorio pero de la cotorra argentina, cuyos cielos coloniza hasta el punto de que está logrando expulsar a un buen número de pájaros que nos acompañaron toda la vida: los gorriones de nuestra infancia, los ruiseñores que de vez en cuando aparecían por los jardines o las currucas capirotadas, que pronto serán criaturas tan míticas como el ave fénix.
Y todo, gracias a la labor marrullera y gritona de estos pájaros de importación que llegaron a Málaga en cómodas jaulas para instalarse en pisos y chalés, hasta que sus dueños, hartos del griterío que formaban, empezaron a largarlos, hacia los años 70, por la zona del Parador de Golf.
Las consecuencias de tan imprudente acto, al que siguieron muchas más sueltas, todos las conocemos. Sin ir más lejos ayer, mientras un servidor realizaba una entrevista sentado en la fuente del Balneario del Carmen, el cielo metafóricamente se oscureció por los atonales graznidos de las cotorras que, justo encima, habían plantado un nido gigantesco, en las alturas de un eucalipto.
Ante el riesgo de que las cosas cayeran por su propio peso, hubo que moverse de sitio. La entrevista, por cierto, fue con Miguel Ángel Barba, el fundador de la asociación ecologista Almijara, quien también considera un preocupante intrusión la presencia arrolladora de estas aves, que ya están empezando a comerse mangos en la Axarquía, tomates en el Valle del Guadalhorce y que son capaces de devorar los durísimos y hasta ahora, incomibles, frutos de los aligustres.
En resumen, unos pájaros todoterreno con pocos y esporádicos enemigos, como no sea algún aguililla despistada que se dé una vuelta por el Parque.
La solución, indicaba ayer este dirigente ecologista, no puede pasar por capturarlas vivas y enviarlas, por ejemplo, a Argentina, tampoco desmontar los nidos, porque anidarán en otro sitio. Frente a esta plaga, lo único eficiente sería capturarlas y convertirlas a su vez en comida para otros animales, argumenta.
Quizás entonces volvamos a tener gorriones por las calles, ruiseñores y otras especies casi desaparecidas de Málaga. No se trata, señala Miguel Ángel Barba, de eliminarlos porque hagan ruido y molesten sino porque se están cargando nuestro ecosistema.
Y eso, en un territorio como Málaga, hay que impedirlo por todos los medios. Es decir, sin medias tintas.