Junto a la calle San Juan se encuentra la veteranísima y reducida calle Comandante, que ha llegado a este siglo convertida en una pesadilla multicolor.
En una de las obras más ácidas y desconocidas de Charles Dickens, Martin Chuzzlewit, el nieto inglés de Cervantes, siempre con la retranca a punto, se despacha a gusto con los americanos de la década de los 40 del siglo XIX, a quienes conoció en su primer viaje al otro lado del charco.
En la novela, al igual que hizo con sus paisanos británicos, saca a relucir el lado ridículo de quienes en ese momento le rodeaban, así que los estadounidenses salen retratados como unos personajes incultos, interesados por el dinero y con unos modales de nuevos ricos con pecunio pero sin educación, al estilo de la plana mayor del extinto partido GIL.
Porque, a falta de aristocracia, a muchos de los vecinos de Nueva Inglaterra les daba por añadirse el cargo de coroneles, capitanes y generales, hubieran estado o no en el ejército norteamericano, con el único fin de aumentar su prestigio social.
Este fatuo echar mano del escalafón militar entronca, sin fatuidades, con una minúscula calle de nuestro callejero que atiende al nombre de Comandante. Las investigaciones del periodista Domingo Mérida, en su libro sobre el origen de los nombres de las calles de Málaga, nos informan de que, en realidad, no recuerdan a ningún comandante de Baltimore venido a más, sino al comandante Juan Schwert.
La duda estriba en si el apellido original era este o bien Swerts, pues como muchos sabrán, este apellido es el de una familia belga, en particular de Amberes, que se afincó en Málaga y tuvo en propiedad una granja.
En concreto, en el siglo XVII Juan Carlos Swerts Guerrero, sobrino del Conde de Buenavista, era el propietario y como se trataba de un apellido complicado para el oído malagueño, lo adaptó a un patrón conocido y así se convirtió en la Granja de Suárez y la senda que conducía a esta, en el Camino de Suárez.
Sea Schwert (‘espada’ en alemán) o Swerts (parece que ‘espadas’ en neerlandés medieval), Domingo Mérida informa de que la calle ya se encontraba entre nosotros cuando Isabel II era mozuela, así que aparece en el callejero de 1854.
Es por tanto muy problable que Andersen -un escritor bastante gorrón, en opinión de Dickens, que lo padeció de huesped en su casa demasiadas semanas- oteara la calle Comandante en sus paseos por Málaga, pocos años después.
Lo que ya no es seguro es que el escritor danés se atreviera a hollarla en las condiciones actuales, en julio de 2018. La calle Comandante es hoy un callejón sin salida digno de una película expresionista alemana, si no fuera por los churretones de colores que exhibe, una pesadilla multicolor con vistas a un solar y a alguna excrecencias constructiva.
Un solo portal, el número 1, se mantiene heroico, cual comandante, en este reducto minúsculo de grafitis y orines. Andersen, ni asomaría la nariz.