Desmadre de basura entre Gibralfaro y Monte Sancha

26 Jul

La calle Joseph Capeluto acoge desde hace años una asombrosa cantidad de kilos de latas y botellas lanzadas pendiente abajo por los botelloneros más cabestros.

Junto con Crónica de una muerte anunciada y sus mil variantes, uno de los elementos de la cultura occidental más utilizados por los periodistas españoles para sus titulares y columnas es la expresión «El horror, el horror», y uno ya no recuerda si salió de la boca de Marlon Brando en el papel de histriónico coronel Kurtz en la película Apocalypse Now o si sólo aparece recogida por Conrad en la novela original, El corazón de las tinieblas.

De cualquier manera, no hay más remedio que no ser original y repetir eso de «el horror, el horror», cuando uno pasea por una calle de Málaga de la que, literalmente, se podría extraer, a ojo de buen cubero, media tonelada de basura si el Ayuntamiento tuviera los medios técnicos, es decir, un servicio de recogida de residuos de alta montaña.

Como no los tiene y como el horrendo sitio se encuentra en una zona relativamente apartada, los años pasan y la basura no hace más que acumularse hasta extremos que rozan la indigencia administrativa.

Hablamos de la calle Jacques Capeluto, en la subida al Monte Gibralfaro, pero en la parte del Monte Sancha que se asoma al Limonar. La antigua calle Ceibas cambió su nombre en 2005 por el de este empresario de origen sefardí que murió casi centenario y que además era el dueño de buena parte de los terrenos donde hoy se extiende el fértil vertedero.

El vergel de la basura está considerado por el PGOU actual como zona verde. El Ayuntamiento ha pleiteado lo suyo para expropiar un par de parcelas en la zona que conforman una pronunciada pendiente. En una de ellas ruedan con alegría los botellines de cerveza, las litronas, las botellas de vino, los güisquis escoceses y los de producción nacional.

Un servidor ignora cómo sigue la telenovela jurídica entre el Consistorio y los propietarios del terreno. El año pasado, el Supremo estimó que el Ayuntamiento debía pagar un ojo de la cara (de la nuestra) por las dos parcelas: más de seis millones de euros. Pero en realidad, si la parcela con basura a espuertas sigue siendo de unos privados, no pueden tenerla como un vertedero y deben adecentarla y si jurídicamente es municipal, es incomprensible que siga en tan penoso y antihigiénico estado de revista.

La causa ya la pueden intuir: calle tan recogida es ideal para pillar una cogorza los fines de semana. Pese a que en la vía abundan los contenedores y las papeleras, los elementos menos duchos en civismo prefieren echar a rodar sus latas y botellas, como quien tira de espaldas un ramo de novias.

Durante 300 metros la ladera es un vergonzoso vertedero de botelloneros y seguramente, algunas de las botellas les caerán a las casas de abajo.

Todo un espectáculo que, sea quien sea el propietario del desmadre, debería cesar para empezar la limpieza a fondo.

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