Al igual que en la película de los Monty Phyton o el juego de los 80 Dragon´s Lair, los malagueños deben hacer de aguerridos contorsionistas para atravesar la afilada muralla de buganvillas.
En el inicio del gran salto de las tecnologías del ocio, en los años 80, se popularizaron unos juegos que a los niños de hoy les parecerán igual que una rueda de prensa de Messi, por lo escuetos y repetitivos.
En todo caso, como todavía no estaban tan invadidos por la ola de anglicismos, los niños de la época optaron por bautizar este invento con el término genérico de «las maquinitas». En este sentido, y jugando en el mismo campo, supone un triunfo del español popular la palabra tragaperras, que de momento se impone a las variantes inglesas.
En esos años ochenta se popularizó en las salas de juego, además de la máquina de hockey en la que competían Estados Unidos y la extinta Unión Soviética, una genialidad de la ciencia jueguística que conjugaba la aventura, el suspense y, maravilla de las maravillas, los dibujos animados. Se trataba de Dragon´s Lair, un juego estrenado en 1983 en el que un caballero de la Edad Media vivía tantas o más aventuras que los alocados protagonistas de la película medieval de los Monthy Python.
El protagonista del juego, que trataba de salvar a una princesa, debía enfrentarse a derrumbamientos, murciélagos hambrientos, serpientes, apariciones y por supuesto a un fiero dragón. Un conjunto de pruebas que dejaban a Amadís de Gaula convertido en un pelagatos.
Tan simpar número de retos parecen haberse condensado en una calle de Málaga en una sola prueba, consistente en tratar de cruzar la avenida de La Rosaleda por el lado más pegado al río. El motivo estriba en que todo peatón que trate de andar por el que antes se conocía como el Pasillo de la Cárcel, se topará con una vegetación tan frondosa, como la que descubrió el botánico Commerson en su vuelta al mundo, quien, estando en Brasil bautizó una planta con el apellido del marino que comandaba la expedición: Louis Antoine de Bougainville.
Porque las buganvillas se dan tan bien junto al río Guadalmedina, que se expanden con fuerza y tesón y parecen fuegos artificiales que florecen en el aire. Claro que para el que no tenga sensibilidad poética, sólo se trata de puñeteras ramas armadas con pinchos y con la capacidad de mandarte al centro de salud si te aciertan en el ojo.
Por este motivo, malagueños de toda condición deben contorsionarse como el caballero del temprano juego del 83 si quieren llegar sanos y salvos a la meta. El tramo más complicado es una suerte de desfiladero que deben cruzar en fila india, porque a un lado tienen las popas de las motos -muchas de las cuales se meten en el espacio vital de la acera, aunque las ruedas estén en la calzada- y al otro la muralla de buganvillas-saetas.
Volviendo a los Monty Phyton, uno de sus números más famosos era el del Ministerio de los Andares Tontos. El número se ha hecho realidad en la avenida de la Rosaleda. Los malagueños somos los nuevos caballeros de la mesa cuadrada.