El Parque Litoral se libró de presiones que redujeran su extensión y hoy sus árboles y plantas siguen en franco crecimiento.
Junto con la peatonalización del Centro y la transformación del Puerto, quizás el cambio más significativo de nuestra ciudad en el siglo XXI haya sido la reconversión de deprimentes reductos industriales en zonas verdes.
El firmante recuerda la cara de espanto de unos guiris que compartían trayecto en la línea 3 de la EMT, al toparse con los depósitos de Repsol. Para ellos fue una aparición fantasmal.
Aunque nuestro Ayuntamiento abogue en pleno 2018 por la involución medioambiental, al impedir que toda esta parcela sea un gran parque, como dejó proyectado el PGOU de hace 35 años, las protestas de los colectivos ciudadanos sí están logrando que el porcentaje de zona verde al menos crezca, aunque para otras asociaciones no haya tal aumento sino una infografía municipal con trampantojos.
Polémicas aparte, no hubo perspectivas inmobiliarias a la vista en la consecución del Parque Litoral, una avanzada en el progreso en una zona de Málaga que por aquel entonces era frontera con el campo.
La semana pasada hablábamos de una parcela próxima a este parque, vecina del bulevar Pilar Miró, que no ha perdido todavía su condición campera. La única pega del Parque Litoral son los pilares de piedra que jalonan su perímetro, como túmulos de una civilización antigua aunque mal hecha, por la sensación que dan de que se desplomarán en cualquier momento. Si no hubiera piedras sueltas o descolocadas transmitirían más seguridad.
En el interior aguarda un parque reverdecido, con unos árboles que han pasado ya la edad infantil y comienzan a ser adolescentes sombreados, en especial los pinos, que forman eso que tanto gusta a los técnicos, mayormente por el uso de un diminutivo selecto: un bosquete.
Cierto es que, como toda zona verde malaguita que se precie, cuenta con partes que evidencian la facilidad con la que se tira por la borda el dinero ajeno, como las sempiternas pérgolas sin plantas cuya sombra (inocua) solo la aportan sus raquíticas estructuras.
Pero la Naturaleza avanza, hay paseos escoltados por acacias de Constantinopla y flamboyanes, que se exhiben como paraguas florecidos; álamos, pinos y árboles que, cuando florezcan, el paseante distinguirá si se trata de jacarandas o tipuanas, puertas en flor del verano.
Lo más llamativo del parque, sin embargo, sigue siendo el cerro artificial en el que se encuentra el parque infantil, con unas chorraeras dignas de un parque acuático, aunque sin agua. No hay semana que pase en la que no hagan uso de ellas usuarios con una edad como para llevar a sus hijos al parque.
El único pero sigue siendo el gran ave de acero corten, una gaviota con huellas de pintadas y sobre todo, de cagadas de palomas, pues la han confundido con un palomar. Si la cabra tira al monte, las palomas ya sabemos a rincón de Málaga.