Hay que andarse con ojo en los parques dedicados a Fernando de León y la Virgen de Araceli, en el barrio de Teatinos, para no compartir el mal fario del rey Guillermo III.
Lo que sigue es una historia real, valga la redundancia. Todo comenzó con un montón de tierra que había dejado un topo en mitad de un parque inglés. El caballo que transportaba al rey Guillermo III de Inglaterra perdió el equilibrio y se cayó con todo el equipo.
El topetazo desencajó la clavícula del monarca, que tuvo que ser colocada de nuevo, pero al rey no se le ocurrió otra cosa que pedir que lo trasladaran a su lejana residencia en Kensington mientras daba tumbos en el carruaje. Como intuyen, la clavícula volvió a salirse por peteneras y esta vez, Guillermo III tuvo que ser atendido más a fondo por los médicos.
Una vez concluido el encaje, se sentó junto a una ventana abierta con vistas a los jardines reales, el rey se quedó frito, entró una ventolera helada, pilló una neumonía y a las dos semanas ya estaba criando malvas. Era marzo de 1702. Sus enemigos, qué duda cabe, brindaron por el topo.
El mal fario de Guillermo III nos recuerda que debemos andarnos con ojo por la vida, sobre todo si tratamos de pasear de la forma más inocente del mundo por dos parques de Teatinos que están uno a continuación del otro: los dedicados al empresario malagueño Fernando de León y a la Virgen de Araceli.
Escoltados nada menos que por Flaubert y Orson Welles, dos de las calles del barrio, además de por el Carril del Capitán, arriba de esta prolongada pero suave cuesta se encuentra un tercer parque, el del Cine que, este sí, mantiene las clavículas del personal en su sitio.
Como sabrán por La Opinión, la asociación de vecinos Parque Teatinos lleva muchas lunas criticando el mal estado de los dos primeros parques.
La culpa la tiene un invento que, al menos en Málaga, falla como una escopeta de feria: el aripaq, una suerte de terrizo compacto que, sin embargo, se descompacta en cuanto caen unas gotas de más.
A medio camino entre el albero y el hormigón, parecía la solución ideal para que el personal ni se manchara los zapatos ni paseara por una calzada ardiente, pero no ha sido así. Al final el aripaq termina disolviéndose como los azucarillos y ahí tienen, de ejemplo más céntrico, el lastimero terrizo de la Travesía del Pintor Nogales, entre la Aduana y la Alcazaba, que muy pronto no estará entre nosotros.
Como resultado, los mencionados parques se han llenado de minúsculos cañones del Colorado, ideales para perder el equilibrio por sorpresa y catar el aripaq. El Ayuntamiento, recordaba hace unos días el presidente de la asociación, Miguel Millán, ha tratado de recubrir los cañones y socavones con albero, pero el viento hace de las suyas y las posibilidades de desclavicularse siempre están ahí en esta pareja de zonas verdes.
Eso sí, no se ve un puñetero topo en todo Teatinos. Magro consuelo.