Mientras la Junta finaliza el decimotercer trabajo de Hércules -el Metro de Málaga-, los pasos de cebra temporales desaparecen como por arte del tráfico.
Pronto habrá estudios que quizás confirmen que los egipcios de la época de los faraones, con sus troncos de madera, cuerdas y ejércitos de esclavos como para llenar una superproducción de Cecil B. de Mille, habrían terminado en la mitad de tiempo el Metro de Málaga.
La Junta de Andalucía, ajena a estos debates de historia ficción, bate récords mundiales de trabajo bajo la superficie y puede que, en realidad, lo que esté haciendo de forma soterrada sea la versión malaguita del metro de Moscú, con estaciones que nos recuerden a los salones del Palacio de la Aduana, relucientes lámparas de araña en el techo y cuadros de Denis Belgrano en las paredes. Si así fuera los malagueños podríamos ser indulgentes.
Mientras la sorpresa se dilucida, en la superficie -como ayer vimos en esta sección- las obras del metro darán paso al polémico desplazamiento lateral del monumento a Manuel Domingo Larios, el segundo marqués de la saga, para que no moleste a los conductores mientras enfilan raudos del Parque a la Alameda o viceversa.
Con esta maniobra, valga la redundancia, el Ayuntamiento, al tiempo que se apunta un tanto con la semipeatonalización de la Alameda Principal, paradójicamente manifiesta la misma sensibilidad artística que Donald Trump, que como todo el mundo sabe sería capaz de embestir un estanque de nenúfares de Monet con la cabeza.
En otro orden de cosas, pero sin abandonar la zona, la concienzuda lentitud de la administración autonómica en este viaje eterno al fondo de la Tierra está provocando que las cosas de la superficie se desgasten. El tiempo pasa aunque en las profundidades del metro este sea relativo; como consecuencia, los pasos de cebra temporales, los pintados con el color del procés, están haciendo mutis por el foro en la Alameda.
Aunque el desvaído es generalizado -y si no, traten de encontrar el que enlaza la parte norte del Parque con el Málaga Palacio- uno de los más afectados por la lentitud de las obras y el paso de los coches es el que comunica la acera central de la Alameda con la calle Córdoba.
Traten de buscarlo, pongan anuncios de ‘se busca’ en las farolas, fotografíen con drones el área y sólo encontrarán una tenue pincelada amarilla en el arranque de lo que, en sus tiempos, fue un paso de cebra de colores vivos y brillantes en el que el sol y los faros de los coches refulgían.
La desaparición de los pasos de cebra, claro, tiene consecuencias. Por allí doblan el Cabo de Hornos los coches que salen de calle Córdoba y muchos peatones nos sentimos indefensos, con la sensación de cruzar a las bravas ante la ausencia de las barras amarillas.
Mientras en las capas freáticas avanza el lujoso metro de Moscú, hagan algo los de abajo o los de arriba.