Lejos de la creencia popular, las inamovibles estatuas se mueven. Ahí está el caso del próximo movimiento del marqués de Larios, para que no estorbe a los coches o el más antiguo del camuflado comandante Benítez.
Quienes crean en la inmovilidad de los estatuas también deberán creerán en centauros y faunos con flauta. Al menos en Málaga, las estatuas se mueven. Constancia queda de esos movimientos en planos y fotografías antiguas, pero también en proyectos actuales.
Ahí tenemos, por ejemplo, el segundo marqués de Larios, don Manuel Domingo Larios, que pronto perderá la razón de ser de su emplazamiento actual, alineado con la Alameda, el Parque, la calle Larios que promovió y la extinta Casa Larios (hace décadas sustituida por un olvidable edificio coronado por tres huevos).
Como estorba al tráfico, las obras de semipeatonalización de la Alameda harán que el monumento pierda su céntrico lugar actual y lo echarán a un lado, primer paso para que, en próximas décadas, lo manden a perderse por el Parque, como le ocurrió, durante parte del siglo XX, a la Fuente de Génova.
El marqués, por cierto, ganó muchísimos enteros en su apolíneo traslado al bronce por Mariano Benlliure, porque el auténtico aristócrata era más bien achaparrado y rico en grasas.
En cualquier caso, llegó la hora de que los conductores dejen de rodear su glorieta, aunque con ello el Ayuntamiento demuestre que trata con el mismo tacto el monumento de Benlliure que un banco, un poste de la EMT o un kiosco: Si estorba, a echarlo a un lado y santas pascuas.
Y sin embargo, casos ha habido más llamativos de desplazamiento, de obras escultóricas que en Málaga han pasado del estrellato a un ostracismo que linda el camuflaje.
Hablamos del monumento al comandante Julio Benítez, el que dio nombre al extinto campamento.
En plena efervescencia por la reciente Guerra de Melilla, quien muriera en la posición de Igueriben como un héroe de película fue inmortalizado cuatro años después de su muerte, en 1925, en un soberbio grupo escultórico por el asturiano Julio González-Pola ( y no Polo, como informa un cartel municipal).
A la inauguración asistieron Alfonso XIII y Miguel Primo de Rivera y la obra se emplazó en la plaza Adolfo Suárez de Figueroa, hoy de la Marina, muy cerca del Puerto.
Sin embargo, tras la unión del Parque con la Alameda, el grupo escultórico de comandante, que aparece dos veces (de pie en bronce y envuelto en la bandera, ya muerto, en piedra) fue trasladado al Parque… o eso dicen los entendidos. Porque como muchos saben, se trata del monumento más ignoto, sólo superado en camuflaje por la escultura a Félix Rodríguez de la Fuente.
Arropado por una profusa vegetación que llega justo hasta la altura del monumento, uno no sabe ya si recuerda al héroe de la desértica posición de Igueriben o a alguno de los últimos de Filipinas, en plena selva además. Lo dicho, dan ganas de moverlo.