El mirador de Gibralfaro y los gatos que hablan danés

30 Jun

Un prodigio de la fauna hispana tendrá lugar el día que un concejal o un alcalde visite el mirador de Gibralfaro y tome nota de sus desperfectos.

El pasado miércoles esta sección se hacía eco, nunca mejor dicho, del ruido de las excavadoras y las talas en lo alto del Monte Gibralfaro, con motivo de las obras de renovación paisajística que, después de muchos años de dimes y diretes, se llevan a cabo en el cerro.

La sustitución de ejemplares en mal estado, la plantación de árboles autóctonos o la mejora de senderos y barreras son algunos de los puntos del esperanzador programa municipal.

El autor de estas líneas aprovechó para escudriñar en la nota informativa del Ayuntamiento, en el apartado de «mejora del mobiliario urbano y elementos de protección» pero no encontró por ningún lado la palabra mágica. Y mira que hablamos de un mobiliario desconocido, oculto detrás de una roca, de esos a los que se accede, como en las películas de misterio, tras accionar la rama de un árbol.

No es el caso porque hablamos del clásico mirador de Gibralfaro, el más próximo al castillo y el que proporciona una de las vistas más clásicas de la ciudad desde los años 60. Y sin embargo, pese a alguna actualización, parece lucir de forma perenne una costra de grafitis varios, además de otros desperfectos. Pues la palabra mágica «mirador» no aparecía en la nota municipal, así que es probable que tenga que seguir guardando cola.

El problema sigue siendo el mismo: cada vez que un alcalde o un concejal pisa el mirador de Gibralfaro los gatos se ponen a hablar en danés.

El fenómeno es tan poco frecuente, que hasta la fecha nadie ha detectado a un gato hablando en la lengua de Hamlet. Y esta debe de ser la causa de que, una vez más, la remodelación o cuando menos limpieza del mirador, protagonista de cien y un postales y artículos, se posponga hasta las calendas griegas.

El pasado lunes, con un gran crucero desembarcando cruceristas de piernas robustas, decenas de personas peregrinaron con tesón hasta el mirador y el castillo de Gibralfaro, al tiempo que echaban en falta lo que otras ciudades tienen desde hace lustros: un funicular para visitar este tipo de empinados monumentos.

Pero la llegada al balcón con las vistas de Málaga, con la plaza de toros de La Malagueta y la Farola a sus pies, se producía en un mirador decrépito, con pegatinas en las barras protectoras y la falta, no se sabe desde hace cuántos años, de los prismáticos panorámicos, de los que solo queda la base, pues el resto desapareció sin más explicaciones.

Y en el monolito de piedra y en toda la superficie pétrea que rodea el mirador, pintadas de todos los tamaños y colores que proclaman a los cuatro vientos la suciedad de la ciudad, en un punto turístico que es de cajón.

Pues no hay manera. Por eso el día que un concejal de Málaga se asome al mirador y tome nota, los gatos entonarán alegres canciones de Copenhague con letra original, claro, de Hans Christian Andersen. No será para menos.

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