Al igual que ocurre en nuestros días con un vejado yacimiento arqueológico en Churriana, los malagueños del siglo 42 es muy probable que sigan ensuciando los restos del pasado.
La mayoría de las tablillas de la civilización sumeria son un peñazo del tamaño de Gibraltar, por la profusión de datos de contabilidad sobre el debe y el haber de los templos.
Esto no es obstáculo para que, en ocasiones, aparezcan perlas de la vida diaria, más allá de los fríos números, como las quejas de los ancianos (que por entonces rondarían los sesenta años como mucho) por el escándalo que formaban los jóvenes (que no tendrían más de quince primaveras).
La Historia nos deja retazos del pasado y la constatación de que hay cosas que, por mucho que pase el tiempo, se repiten, como esos jóvenes dando por saco en la noche sumeria.
Por eso, haciendo historia ficción, no deberíamos sorprendernos cuando los malagueños del siglo 42 comprueben alarmados el estado de suciedad que presenta un yacimiento arqueológico tan valioso como el del auditorio de la antigua Feria de la Ciudad, datado hacia finales del siglo XX, aproximadamente. Tampoco, ante la porquería que la gente suelta en el paseo por excelencia de la lejana Málaga smart city de entonces: el complejo formado por los restos del Muelle Uno, la mitad de la Farola y el arranque de un siniestro hotel rascacielos.
Es muy probable que dentro de once siglos exista una potente minoría de mamíferos incívicos, inmutables a la educación pública o privada, como pasa en nuestros días.
Por todo ello, deberíamos relativizar que, en 2018, un yacimiento arqueológico tan bonito como el de la calle Maestro Vert, en Churriana, en el que se exhibe al aire libre un refugio para eremitas de los siglos VII al IX, sea una turbadora combinación de matas de altura baloncestística y, disculpen la rotundidad, mierda y subproductos.
Porque, básicamente, rastrojos y basura son los elementos que de forma metafórica se dan la mano en un yacimiento vallado pero que permite el lanzamiento y enceste de todo tipo de productos de la suciedad de consumo.
Y así, un dream team de latas, plásticos, cartones, pintadas y matojos hacen que imaginemos al eremita en serios apuros para encontrar la entrada de su cueva y pasar allí los días sin contraer el tifus.
Se fueron los tiempos de esos santos varones en unos momentos turbulentos, de cambio de tornas en España con la llegada de los musulmanes.
Alguna vez lo contamos en esta sección: conserve usted un eremitorio del siglo VII para esto. Volviendo a la historia ficción, algo así concluirán los malagueños más sensibles del siglo XLII al contemplar el auditorio del vetusto Cortijo de Torres o el antiguo Muelle Uno, el de los barcos que se movían con derivados del extinto petróleo. Quizás entonces no haya plásticos, pero seguirán las cacas y ya inventarán una avanzada forma de seguir poniéndolo todo perdido.