El ‘Homo botellonensis’ se contiene en Gibralfaro

27 Jun

Quizás sea el calor o las obras de reforma, pero el botellonero asiduo del monte ha bajado su ritmo de destrucción.  

Las sierras trabajan en lo alto. No es ningúna frase en clave sino el sonido que estos días se escucha en el Monte Gibralfaro, por encima del de las cotorras argentinas, que también revolotean sobre estos lares. El plan municipal de reforma de este espacio verde ha dejado de ser eso que se anuncia cada dos plenos; por fin está en marcha.

Y aunque cerca de la cima tronen las sierras y marchen las excavadoras, se ha convertido en una tradición impepinable para esta sección la subida cíclica a la primera estribación del monte, para comprobar si el Homo botellonensis ha vuelto a hacer de las suyas o si por contra permanece, de forma metafórica, replegado en su cueva.

Todo apuntaba a que había salido de la gruta en busca de bulla, porque el día de la visita, el 25 de junio al mediodía, el pasado lunes, no quedaba tan lejos la Noche de San Juan. Aunque Gibralfaro quede lejos del mar desde la construcción del puerto a finales del XIX, sujetos hay en la viña con el ánimo suficiente para trepar por unas rocas y hacer el cafre.

Y sin embargo, la buena noticia es que la basura espurreada por la zona botellonera de Gibralfaro podía calificarse de contenida. Apenas un par de botellas de ron recibiendo los rayos de sol, un rollo de papel higiénico desplegado por alguien con alguna urgencia, algunos vasos… Casi una merienda sobre la hierba.

Entre las pocas pegas, el que, pese al tiempo transcurrido, los troncos caídos en posición horizontal hace muchísimas lunas continúen en la misma posición en los alrededores.

Es de esperar que la reforma incluya la limpieza de los árboles secos y desplomados en la zona botellonera y de paso, en todo el monte. Tantos años llevan criando malvas, por cierto, que algunos bebedores aprovechan para dejar en ellos sus inscripciones, muchas de ellas con el uso tribal de un verbo inglés que se pronuncia «fac».

Tampoco cambia el tramo final de todo este jolgorio y bebercio, que es el espurreo que concluye a los pies de la Coracha terrestre, que hace de barrera a la juerga. Desde hace algunos años, una gran pintada sobre el muro de la Coracha marca el terreno para los homínidos. Ahí sí que la basura es más notoria, sin llegar a los índices de abandono de no hace tanto.

La reforma del Monte Gibralfaro es esperanzadora porque puede lavar la castigada imagen del cerro y, confiemos, poner algo de coto a estas prácticas vandálicas. Porque intenten meterse en la cabeza del zote que llega a un pasaje tan bonito y una vez empina el codo, deja a su libre albedrío la botella de cristal por si provoca algún incendio y de propina, unas bolsas de comida rápida para que engrosen la flora local.

Los científicos del futuro lo confirmarán: el Homo botellonensis era, básicamente, un cenutrio; y si no, al tiempo.

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