Da igual la época del año que se visite, la fachada principal de la antigua prisión provincial luce como un pequeño estercolero y ahora, con dos tramos de las verjas a pique de un repique.
El método empírico para escribir estas crónicas, que camino van de los 20 años, nada tiene que ver con las ciencias exactas, como no sea con el método aleatorio, es decir, que se realizan a voleo y en ocasiones, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid pues el firmante, si tiene que desplazarse a un rincón de Málaga a cubrir una noticia, ya puestos, después se da una vuelta por el entorno.
Hasta tal punto funciona el azar, que en lo referente a esta sección, el autor de estas líneas ni siquiera lee a la competencia, no por ningún prejuicio absurdo sino para que nada influya en estas visitas, como no sea la sorpresa total.
Quiere esto decir que nada tienen que ver estas crónicas con un seguimiento concienzudo para, pongamos por caso, pillar justo en un renuncio a tal o cual departamento municipal o autonómico.
Esto significa que si en todas las visitas a la antigua prisión provincial de estos último años, los jardines delanteros de la avenida José Ortega y Gasset los ha encontrado un servidor hechos unos zorros, en una decrepitud y suciedad preocupantes, habrá que concluir que el Ayuntamiento está vagamente interesado en ellos.
Lo sangrante es que cualquier viandante puede concluir que la verja de los años 30 que la circunda se está viniendo abajo en un par de tramos, por esta querencia municipal a mirar la luna de Valencia.
Y no hay excusa que valga, ni siquiera la falta de presupuesto: Hasta un concejal de la CUP sería capaz de detectar que las dos grandes buganvillas en estado salvaje que trepan por las verjas de la cárcel son la causa de que estas se estén doblando, por el gran peso que soportan.
Bastaría, por tanto, que un jardinero municipal, con tijeras de podar o motosierra, aligerara de ramas estas buganvillas monstruosas, dejadas a su suerte, para frenar al menos la inclinación de las verjas.
Preocupante es también que en el lateral izquierdo, el de la calle Valderaduey, falten de su domicilio un par de hierros de la verja, los justos para que en su interior, que suele estar lleno de gatos, se cuele algún indeseable, que ya está empezando a pintarrajear con espray el veterano edificio de ladrillo visto.
En esta última calle, al igual que en la calle Virgen del Pilar -el lateral derecho- se acumulan las ristras de latas de cerveza y detritus varios, mientras entre los matojos se adivinan todo tipo de excrementos gatunos, que dejan un aroma que habría apartado para siempre a Marcel Proust de la literatura.
Como se ve, da igual la época del año que se visite, ni siquiera cuando en su interior, como pasó recientemente, se rueda una serie internacional de televisión como Black Mirror; la prisión siempre luce un aspecto sucio, dejado mientras las buganvillas siguen deformando las verjas. Desgana total.