Recuperada del último acto vandálico, la fuente de la Olla de la plaza de Montes sigue fuertemente blindada para evitar la caída al pilón de objetos desdichados.
Basta un paseo por el Museo Carmen Thyssen para recordar que la mayoría de las fuentes de Málaga eran ante todo para ofrecer agua al personal y a los animales, y ahí tenemos la clásica estampa del arriero venido de Vélez o de cualquier otro punto de la provincia, dando de beber a su montura en la fuente de Reding, que quizás no muchos sepan que tiene un lema bastante bonito y festivo grabado en la piedra: Viva Málaga.
Por cierto que la fuente, aunque del siglo XVII, fue bastante reformada por el propio Teodoro Reding, de ahí que el pilón y ese pez con cara de pocos amigos del que sale el caño sean de comienzos del XIX.
Las fuentes saciaban la sed de bípedos y cuadrúpedos y hasta no hace mucho, los años 60, este fue el cometido de muchas de ellas, como recuerda el famoso texto de la Fuente de Olletas: «No maltrates a los animales, que ellos hacen fácil tu trabajo y te ayudan a ganar el pan».
La pérdida de utilidad de las fuentes de Málaga ha convertido a todas en ornamentales y para dar de beber al sediento han quedado los modestos surtidores, la versión utilitaria de las fuentes, que se parecen bien poco a sus hermanas mayores, en las que en mayor o menor medida se aprecia un aliento artístico.
Arte y utilidad se fusionaron en su día en las famosas fuentes de la Olla diseñadas cuando la plaza de toros de La Malagueta daba sus primeros pasos por José María de Sancha. En varias ocasiones han sido protagonistas de esta sección.
Como mucho saben, sólo quedan dos, la primera de ellas en la nueva plaza de Demófilo Peláez, antes de las Cuatro Esquinas, en El Palo y la segunda en la plaza de Montes de La Trinidad.
Mientras la primera de ellas, pese a haber tenido una vida errante y haber pasado por La Malagueta, la plaza del Carbón y terminar (por ahora) en El Palo, se conserva en buenas condiciones, la de la plaza de Montes ha tenido que experimentar un proceso de blindaje hasta el punto de convertirse en una suerte de fuente fortaleza, para no dejar ningún resquicio de paso a nuestros vándalos de cerebro rapado.
Fue el entonces concejal Diego Maldonado quien tomó la decisión de blindar el pilón de la fuente, que era un receptáculo de materiales purulentos y en ocasiones, directamente defecatorios. Hasta el orangután de Los crímenes de la Rue Morgue se habría comportado con más civismo que los propietarios de estas deposiciones.
La última vez que desfiló por estas páginas la fuente de La Trinidad había sido pintada de dorado por algún mamífero, lo que obligó al Ayuntamiento a limpiarla. El pilón, mientras tanto, sigue enrejado, y aunque algunos desaprensivos siguen tirando sus desechos dentro, ya no resulta tan cómodo dejar caer otros objetos. De fuente para dar de beber a fuente fuertemente blindada. Es lo que hay.