La publicación satírica malagueña, contemporánea del niño Picasso, escenificó un gran fresco en la plaza de la Merced, sacudida en nuestros días por una obra chapucera.
Cuando el firmante lucía flequillo, allá por su adolescencia, hojeaba una revista viejísima de vivos colores llamada El País de la Olla, una colección que terminó, prudentemente, siendo donada a un archivo local.
El País de la Olla fue el azote de los políticos cotemporáneos de la infancia de Picasso, una burla continua a representantes públicos de todo pelaje ideológico que levantó ampollas entre algunos de los caricaturizados.
En concreto, la publicación, dirigida por el republicano Emilio de la Cerda, tuvo especial inquina con el alcalde de la época, Carlos Dávila, a quien representaba orondo y, muchas veces, hermético a las necesidades de la ciudad.
Una de las ilustraciones más celebradas dibujaba una estampa digna de Rafael con una Málaga, la de 1882, dividida entre los gordos (la clase pudiente) y los flacos (la clase obrera). La escena tenía lugar en la plaza de la Merced, de ahí que asomara la verja circundante y el obelisco a Torrijos. Tirados por el suelo, junto a los opulentos dirigentes -muchos de los cuales les daban las espalda- se encontraban los malagueños más pobres. Entre los más gordos estaban Cánovas del Castillo y Dávila.
Las maneras satíricas han cambiado, pero en nuestros días el equipo de gobierno actual corre el riesgo de ser simbólicamente inmortalizado en la plaza de la Merced ataviado de Pepe Gotera y Otilio (a elegir) mientras en el otro lado de la plaza, los malagueños de a pie asisten a una nueva chapuza en un espacio público. Porque tras la enmienda a la totalidad de la plaza de Camas, ahora parece que le toca el turno a la plaza de la Merced, merced a dos informes que confirman que esta obra pública ha sido de todo menos un trabajo serio y con una supervisión ejemplar.
Uno de los informes habla de fatiga estructural por esta deficiente ejecución, pero no tiene en cuenta la fatiga mental de los sufridos vecinos, que los últimos años han sido testigos del deterioro de la plaza, sin olvidar ese lateral del cine Victoria con los vecinos ilustres de la zona inmortalizados en placas, muchas de las cuales han desaparecido o se han convertido en un material incoloro.
Un servidor recuerda el lenguaje poético, abstruso y acaramelado del proyecto de rehabilitación. Hubiera valido más irse menos por las ramas de la lírica y haber estado al pie del cañón, para que no nos dieran gato por liebre.
Es el sino de los gestores de dineros ajenos. De forma cíclica bajan la guardia y termina pagando eso tan etéreo que es el erario público, es decir, todos nosotros.
Con sus imponentes hechuras, un servidor esperaba bastante más de la Gerencia de Urbanismo y, en suma, del control de una obra en un lugar tan importante para la ciudad y su imagen. Otra vez será. De momento, por estribor asoma El País de la Olla.