La plaza de San Pablo es una explanada en la que alcanzan una temperatura óptima los huevos cocidos, por la rácana presencia de árboles. Las aceras exhiben manchas seculares y chicles en estado fósil.
Cuando El Corte Inglés abrió sus puertas hace casi 40 años, uno de los elementos más llamativos del estreno fue la gran explanada delantera de la avenida de Andalucía, con la escultura abstracta, símbolo de los nuevos tiempos comerciales. Un decorado que recordaba el escenario hipermoderno de Playtime, la película de Jacques Tati.
Pero a muchos niños lo que nos fascinaba, al igual que en la acera del resto de la avenida, era la aparición casi inmediata de una miríada de manchas negras y grisáceas, como si los gigantes que cuidaban de Gulliver también organizaran sus magnas procesiones y hubieran puesto todo perdido de enormes goterones de cera.
Se trataba, como habrán adivinado, de algo mucho más banal: cientos de chicles pisoteados que permanecían incrustados en la explanada, fosilizados restos del ocio del siglo XX.
Con la explanada que hay detrás de la iglesia de San Pablo pasa algo parecido. Es imposible no pasear cabizbajo y fijarse en el pequeño universo de chicles aplastados y sobre todo, manchas de grasa que jalonan este rincón bastante inhóspito de La Trinidad, cercado por tres grandes solares que esperan encontrar algún día su lugar en el mundo.
Las manchas, por cierto, nos hacen pensar en motoristas realizando caballitos, súbitos derrapes o, directamente, en una moto despanzurrada en mitad de la plaza en busca de la avería perdida.
No es tan inabarcable como la del Corte Inglés pero ahora que vienen los calores, no hay modo de resguardarse en ningún gran almacén con aire acondicionado. En la plaza de San Pablo, en La Trinidad, sólo se puede uno aliviar de las altas temperaturas bajo las nueve palmeras centrales de este espacio, que hacen lo que pueden por crear, como dice la elevada prosa urbanística local, «espacios de sombra».
Unos bancos en forma de media luna, algo incómodos, disuaden de sentarse, así que se usan nada más que lo imprescindible, de ahí que la plaza, durante muchos momentos del día, luce como un rincón abandonado e inhóspito, al que nuestro Ayuntamiento le podía haber sacado bastante más partido.
Si uno contempla el barrio desde la calle Trinidad hasta la calle Mármoles, y desde el Guadalmedina a la avenida de Barcelona, comprobará la ausencia de espacios verdes.
La nueva plaza de Pepito Vargas asomada a calle Carril, aunque ha hecho desaparecer un veterano solar, sólo ha traído unos pocos naranjos al barrio, en cuyo entorno sólo cuenta con la plaza de Bailén y, ya en El Perchel, con el Llano de Doña Trinidad.
No me digan que no hubiera sido una grata noticia para los trinitarios la conversión de la plaza de San Pablo en una plaza ajardinada, que hiciera retroceder, en la medida de lo posible, los chicles fosilizados y las huellas de derrapes fugaces. No caerá esa breva, caen los rayos de sol. A hierro.