El precioso mirador al pie de la Alcazaba está siendo colonizado fuera del horario de apertura por bípedos con ganas de ensuciar con su ego este monumental espacio público.
Resulta complicado meterse en la testa del cabestro sin identificar que, en algún momento aciago de su existencia, decidió empuñar un espray y garabatear un signo paradójicamente analfabeto en la esquina de una de las torres de la Alcazaba. La gesta pueden contemplarla todos los que accedan al mirador de la fortaleza.
Porque si crías cuervos, algunos de ellos te saldrán grafiteros, bien entendido que nada tienen que ver estos bípedos con los artistas que, con idéntico instrumental, crean murales para quitarse el sombrero y convierten en obras de arte unos muros echados a perder.
La diferencia abismal entre grafiteros artistas y una horda de garrulos con aerosol puede comprobarse, por desgracia, al pie de la fortaleza. El mirador de la Alcazaba, costeado en 2010 con el primer plan Zapatero y un importe próximo a los 600.000 euros, abrió finalmente en octubre del año pasado. Había pasado siete años en barbecho, lo que obligó al Ayuntamiento de Málaga a hacer un gasto extra de casi 60.000 euros para limpiar las excrecencias del grafiti de este mirador acero corten, camuflado en la monumental colina como si fuera una trinchera.
Ha sido un acierto arroparla con grandes matas de romero. El problema es que en algunos tramos tiene un grosor excesivo, y los visitantes que, como el firmante, nunca jugarán en la NBA, se las ven y se las desean para ver algo en condiciones.
Pero el problema de este mirador vigilado y horario de apertura de 10 a 5 de la tarde (en verano, es decir, próximamente, de 10 a 8 de la tarde) es que fuera de él, los bípedos con manos prensiles consiguen acceder a él sin dificultad, como dejan constancia un ristra de pintadas cada vez más abundante.
Si la distancia entre un artista del grafiti y estos zopencos es como de aquí a Lima, ya me dirán el contraste entre estas pintadas y las vistas de plató de cine del Teatro Romano, a los pies y las torres de la Catedral, San Agustín y las casas blancas del Museo Picasso, con el refuerzo estético de las jacarandas en flor que asoman por la plaza de la Merced.
Tendrá que gastarse el Consistorio otra porción de nuestro dinero para volver a borrar todo este desperdicio de neuronas, plasmado en el acero corten y, si acaso, plantearse reforzar la vigilancia. Pues no es de recibo que, además, cuando el visitante sale o entra por la calle Mundo Nuevo, se tope, dentro del recinto del mirador, con una colección de inmundicias, maderas quemadas, ropas, bolsas y cartones desperdigados por el césped, muy cerca del túnel de la Alcazaba.
Probablemente, alguna persona que utiliza estos andurriales acotados para dormir y, por lo que parece, para abrazar el caos.
Es una pena. Las vistas son maravillosas, las instalaciones, modélicas, pero aparece el mulo de turno y para variar, hace de su capa un sayo pintarrajeado y roto.
Estos… «artistas» tienen las neuronas justas para no mearse ni cagarse encima.