Como en otras ocasiones, la presión de los vecinos hace posible que nuestros cargos públicos aterricen y ejerzan la mesura.
Todos los políticos, y más los que llevan tanto tiempo en el cargo, tienen sus luces y sus sombras. A juicio del que esto escribe, Francisco de la Torre será recordado por su brillante apuesta por la peatonalización del Centro y los museos, dos elementos que han elevado la estima interna e internacional de Málaga. Pero también nos acordaremos de él si, finalmente, vemos el rascacielos del Puerto marcando para siempre el horizonte de la ciudad, pues fue uno de quienes más lo propició.
La tentación de dejar una huella de peso en la trama urbana es el síndrome de François Mitterrand, que aunque lleve el nombre de un presidente francés también afecta a los responsables de administraciones españolas. Ahí está, por ejemplo, la elefantiásica sede de la Diputación, de los tiempos del socialista Salvador Pendón o en lo que a nuestro alcalde se refiere, la magistral operación urbanística siente un arquitecto de renombre en su mesa, que nos dejará un hotel desproporcionado en Hoyo de Esparteros, después de que nuestros políticos hayan agachado la cabeza y se hayan adaptado a las exigencias de los promotores, solo porque lo firma Rafael Moneo.
Y sin embargo, en ocasiones es la moderación lo que más agradece una ciudad, también en proyectos de menor calado. Este Ayuntamiento es un buen ejemplo cuando quiere, y así, recuerden ese propósito inicial, felizmente abortado, de acabar con el empedrado artístico de las calles del Centro. Al final imperaron la mesura y el sentido común y la Gerencia de Urbanismo optó por mantenerlo. La plaza de San Francisco es el mejor ejemplo.
Ahora vivimos un proceso parecido de aceleración y freno, con el proyecto de peatonalización de la calle Carretería, en el que en un principio iba fuera la famosa Tribuna de los Pobres, de tiempos del alcalde García Grana, de primeros de los 60. Ha sido la contestación ciudadana la que ha hecho repensar el propósito inicial de colocar algo completamente distinto, fruto de la falta de hervor urbanístico o del contacto con la calle, pues del despacho al hecho sigue habiendo un trecho.
Plantear algo así era concluir que algunos de los políticos que tanto se esfuerzan en dar el toque de campana en los tronos deberían recibir clases intensivas de Semana Santa local.
Por suerte, el freno urbanístico está echado. Lo ideal, peldaños arriba o abajo, es que el espíritu de la Tribuna de los Pobres continúe de la forma más exacta posible, pues se ha convertido en un elemento histórico de Málaga como puede serlo, salvando las distancias, el Puente de los Alemanes, al que las sucesivas remodelaciones le habrán cambiado el color o el suelo, pero la estructura permanece.
El síndrome de Mitterrand acecha en el mundo de los gestores del dinero ajeno, muchas veces alejado de la realidad. Por eso los malagueños,como en este caso, a veces deben ayudarles a tomar tierra. Felicidades.