Edgar Neville publicó durante su etapa malagueña un cuento que bien pudo tener como origen un par de esculturas públicas de nuestra ciudad.
En los tiempos en los que el dramaturgo, cineasta, escritor y buen vividor Edgar Neville vivía en Málaga, lo hacía en el Paseo de Sancha, en la casa familiar de su mujer, la recordada directora de teatro Ángeles Rubio-Argüelles.
En realidad eran tres casas familiares convertidas hoy en un edificio de demasiadas plantas, y de las que sólo nos ha quedado un enorme ficus, que hace esquina con la calle Gutenberg. Al hilo de este fastuoso ejemplar, un vecino comercio, ya desaparecido, tomó el nombre de El árbol de Reding (lo de Reding, suponemos, por la vecina fuente de Reding).
En esa época, Edgar Neville publicó en nuestra ciudad, en la famosa Imprenta Sur, tan ligada a la Generación del 27, su primera colección de cuentos, Eva y Adán (1926). Un año más tarde, en 1927, publicó en una revista La alegoría, un cuento de humor que relata la sorpresa de los prohombres y promujeres de una ciudad cuando descubren la estatua de un homenajeado recientemente fallecido y ven a sus pies, con los brazos extendidos, la escultura alegórica de una mujer desnuda. La figura causa escándalo y habladurías, pues los asistentes al acto empiezan a elucubrar si la figura desnuda no será la viuda del finado o alguien peor: la amante.
Ante el escándalo, un sacerdote propone cubrir de hiedra la alegoría, y hasta se contrata un guarda para que vigile el crecimiento de la planta, con tan mala suerte, que la enredadera se bifurca y no cubre lo que tiene que cubrir.
El cuento continúa con una trama digna de Rafael Azcona, pero el firmante no la va a seguir desvelando. La cuestión es que, de esos años malagueños, un servidor lanza la teoría de que Edgar Neville bien pudo inspirarse en dos inmortalizados en bronce de la familia Larios. En primer lugar estaba la chanza que acompañaba a la estatua que de Manuel Domingo Larios, el II marqués de Larios, realizó Mariano Benlliure: El grupo alegórico de una mujer, a los pies del aristócrata, elevando en brazos a su hijo sería, según los malagueños más guasones, la figura de una amante indignada que muestra al sorprendido marqués el fruto de sus amores.
No es nada improbable que Neville escuchara esta broma. Pero también pudo admirar, en sus paseos por el Parque, uno de los pocos lugares de esparcimiento de entonces, el busto de Carlos Larios y Martínez, el marqués de Guadiaro, que por entonces tenía a sus pies la figura alegórica de una mujer desnuda. La escultura desapareció, no sabemos si por causas morales, de coleccionismo de algún espabilado o por alguna gamberrada. El caso es que sólo se conserva en postales y fotos antiguas.
A estas alturas, es imposible preguntar a Edgar Neville por su fuente de inspiración, lo que es seguro es que, cuando escribió el cuento, en Málaga había dos buenos motivos para inspirarse.