El cerro del depósito de La Palma, con vistas maravillosas de la ciudad, está jalonado y desgraciado por varias lomas de escombros de un tamaño llamativo. Los capullos primaverales ya están aquí.
Ahora que celebramos estos días el festival de cine español (e hispanoamericano), el autor de estas líneas les recomienda una de las películas españolas más divertidas y originales de los últimos tiempos, el documental (real pero surrealista) Muchos hijos, un mono y un castillo, premiado en la última edición de los Goya, así que no concursa en Málaga.
Quien se acerque a la vida de esta familia de locos -que les recordará a miles de familias numerosas hispanas- y a la luminosa protagonista, Julita, quizás reviva la siempre sugerente España de Berlanga y Azcona que, lejos de ser el invento del director y del guionista, nos acompaña a diario, incluso en estos tiempos en los que abunda tanto zombi trincado al móvil.
En la estela de la España berlanguiana, y la de este estupendo documental, hay que enmarcar, a juicio de un servidor, las particulares estaciones penitenciales de la construcción, que pueden encontrarse a lo largo del idílico ascenso hasta el depósito de Emasa que se encuentra en el barrio de La Palma.
Si ayer dimos cuenta del campo de fútbol, hijo de una película de catástrofes después de que cediera el terreno en el que estaba asentado -un murallón de contención sobre la calle Eresma-hoy hablamos de otra calle con nombre de río: la calle Esla (afluente del Duero), que cuenta con un tramo final serpenteante y que abandona el llano para ascender por el cerro del depósito desde que el que se tienen, sin duda, las mejores vistas de La Palma-Palmilla, Ciudad Jardín y el vecino Monte Coronado, a la espalda.
El problema es que tan idílico paseo, que sería todo un lujo para cualquier barrio, se ve jalonado por una sucesión de montañas de escombros que depositan unos fiebres de la construcción, no así del civismo. Clasificados, eso sí, en blancos sacos, forman lomas artificiales que arruinan muchas de las vistas del paseo.
El dirigente vecinal Francisco Vigo, que acompañó al firmante, contaba la semana pasada, no obstante, que el zarrapastroso panorama era todavía peor hace pocos años, y esto se aprecia sobre todo en la cima, que en su día un estercolero auténtico y ahora casi ha desaparecido.
Quizás tenga mucho que ver el que el Ayuntamiento decidiera vallar el veterano depósito para contener el alcance de la porquería, pero las estaciones penitenciales de escombros que salpimentan este paseo fastuoso, desde el que podemos apreciar las antiguas casas mata de la Virreina Alta, la Bahía de Málaga, Gibralfaro, Mangas Verdes, el lejano Monte San Antón y la Catedral, además de todo lo mencionado, conforman una vandálica y primitiva tradición que ningún malagueño amante de la Naturaleza se merece.
La lejanía del sitio, como ya vimos que ocurre en el entorno de los clubes hípicos junto al Mayorazgo, favorece la proliferación de estos capullos de primavera.