Misteriosas oquedades parapsicológicas en el Centro Histórico bien merecen un centro de interpretación costeado por Bruselas.
Para los aficionados a la parapsicología, el fenómeno de las famosas caras de Bélmez es una puerta a una dimensión desconocida.
Los escépticos, sin embargo, dan con esa misma puerta en las narices a toda explicación que se salga de los cánones naturales. Por eso, para ellos, las supuestas caras que aparecen y desaparecen en el suelo de esa modesta vivienda son un cuento chino, pese a que se encuentren en Jaén (es Bélmez de la Moraleda, no el Bélmez cordobés).
La diferencia de criterio entre creyentes y descreídos no ha impedido que el pueblo cuente con un centro de interpretración por la cara, con dineros de la Unión Europea.
Esta cuestión debería hacer reflexionar a nuestros políticos, para plantearse de forma seria, y costeada por Bruselas, un centro de interpretación de los pliegues y repliegues geológicos que, de forma continua y desconcertante, aparecen en las calles de Málaga, sobre todo en las del Centro y, mayormente, en aquellas que lucen adoquines.
Si el caso no ha recibido la atención parapsicológica que se merece se debe sin duda a que no sabemos vendernos, porque uno ha perdido la cuenta de las veces que se ha venido abajo el paso de cebra que une la calle Granada con la plaza de la Merced.
Si recordamos que por ahí entraron los Reyes Católicos una vez conquistada la ciudad, ¿no estaremos ante una reacción de la corteza terrestre a un suceso histórico bastante perturbador, sobre todo para los habitantes de la Málaga musulmana?
En la misma línea hay que situar otra misteriosa curvatura interior o pliegue convexo del adoquinado en el cruce de la calle Comedias con Tejón y Rodríguez-Méndez Núñez.
Recuerden el fino instinto que algunas cofradías han tenido esta Semana Santa al evitar ese paso (perdón, trono). ¿Cuentan esas hermandades con un padre Pilón, o un Íker Jiménez particular que les ha alertado a tiempo? El caso es que dieron en el clavo.
La curvatura última a la que nos referimos tiene la querencia de una entrada del metro, un ingreso al submundo que dirían los seguidores del doctor Jiménez del Oso. Uno pisa este enigmático hundimiento parapsicológico y siente ganas de acampar en él como quien se oculta en la maleza de la desembocadura del Guadalhorce para observar los pájaros.
La reivindicación de un centro de interpretación de este misterio malaguita está más que justificada. Pero los defensores del proyecto deberemos defendernos de las insinuaciones de los aguafiestas, que señalarán que esas curvas oquedades solo son enormes socavones provocados por el paso de los camiones o por la mala calidad de los adoquines. Para defender tan importante equipamiento, a esos criticones tendremos que plantarles cara. De Bélmez.