Da la impresión de que algunos políticos malaguitas compiten entre ellos estos días por ver quién asiste a más salidas y encierros y da más campanazos en los tronos.
La crónica de hoy es, valga la redundancia, crónica, porque suele aparecer alguna que otra Semana Santa. El motivo: al autor de estas líneas le llama mucho la atención la fascinación que bastantes cofradías de Málaga, no todas, sienten por nuestros representantes públicos.
Se trata, sin duda, de una excepción, porque según las encuestas, el aprecio que el español medio siente por la clase política es la misma que sentiría por Poncio Pilato si lo tuviera delante.
La transformación de unos dirigentes que durante la Transición provenían de los más variados desempeños profesionales en otros que, en su mayoría, han terminado teniendo de profesión su partido, ha difuminado bastante el motor vocacional y de entrega a la comunidad del oficio.
La crisis económica y el desfile por juzgados y cárceles de políticos de todo pelaje tampoco han ayudado a cimentar el prestigio de este oficio público para el que no hay que opositar.
Por todos estos factores, resulta tan llamativo que tantas cofradías cedan el honor de sacar sus tronos a nuestros cargos públicos, como si fuera la única profesión autorizada a ello.
Sin menoscabar a nuestro alcalde, Francisco de la Torre, y a los concejales de la oposición que pugnan por darle al martillo; al final en las calles de Málaga se escenifica, queriendo o sin querer, una suerte de competición entre algunos partidos por ver quién saca más tronos, quién acude a más salidas y encierros y se fotografía ante los titulares.
Ustedes disculpen la osadía, pero en el ancho mundo hay ocupaciones tan dignas y ejemplares como las de alcalde, ministro del Interior o concejal de partido que sea. Un médico que realiza transplantes, un cooperante internacional, un dirigente vecinal o un religioso al frente de un comedor social (entiéndase el masculino genérico como representante de ambos sexos), seguro que tendrán tantos o más méritos que un político que, como si se tratara de su carné de baile, asiste a la salida de la cofradía para darle deprisa y corriendo al martillo, porque en 15 minutos tiene el siguiente martillazo en otro rincón de la ciudad. ¿Acaso el mundo cofrade quiere ayudarles a batir algún ignoto récord Guinness?
Las cofradías han terminado por maleducar a nuestros cargos electos, que se han hecho con el simbólico cotarro de algo tan importante y bonito como la puesta en marcha, una vez al año, de una procesión por las calles de la ciudad.
Si a eso añadimos el riesgo de que el representante de turno termine declarando ante la Audiencia Nacional, uno no sabe a qué esperan algunas hermandades para dar más protagonismo a hermanos veteranos, profesionales dignos de admiración en su trabajo como bomberos, maestros, cirujanos, monjas, sacerdotes, amas de casa… y dejar a los cargos electos y de confianza para otro día. Lo mismo hay que colgar en las casas hermandad eso de Vuelva usted mañana y en suma, poner coto a la competición.