La callejuela Solimán, a dos pasos de la plaza de la Constitución, no hace referencia al sultán turco sino a un producto médico con el que había que tener bastante cuidado.
Las calles de Málaga, de Francisco Bejarano, conforman el trabajo de toda una vida, porque el famoso cronista municipal comenzó el libro siendo un treintañero y cuando estaba a punto de llegar a los 90 estaba con el capítulo dedicado a la calle Larios, un trabajo inconcluso que finalizó su hijo Rafael Bejarano, que ha seguido la senda de la investigación exhaustiva y la entrega de su padre.
Hace dos años, el autor de estas líneas tuvo el privilegio de prologar la edición definitiva de esta obra, que Rafael Bejarano terminó de completar con el añadido de siete calles inéditas. Finalizaba así, en 2016, un trabajo iniciado en 1930 y que en esta edición final incluía calles tan renombradas como Mármoles o Especería.
De esta última, que una ignota tradición se empeña en escribir en plural (Especerías), la misma escuela que se refiere a las calles Héroes de Sostoa, Carreterías y Molina Larios, Francisco Bejarano informa de que su nombre se debe a la concentración de comercios de especias, muy estimadas en la Málaga del siglo XVI, y de ahí la proximidad con la plaza mayor de Málaga, el ‘centro neurálgico’ (y disculpen la manida expresión) de la ciudad en tiempos de Cervantes.
El capítulo dedicado a Especería mete en contexto una callejuela sin salida que da a esta vía y que en ediciones anteriores se había quedado un poco flotando en el éter de la narración. Descontextualizada.
Nos referimos a la calle Solimán, hoy una de esas pequeñas calles del Centro provistas de cancela, lo que evita que por las noches hagan fila los malagueños con necesidad de un urgente análisis de orina, aunque acudan sin el tubito reglamentario.
Don Francisco Bejarano nos recuerda el extraño nombre de esta calle, que en pleno Siglo de Oro difícilmente podía lucir el nombre de uno de los mayores enemigos de la Cristiandad, el famoso sultán turco Solimán el Magnífico. El origen de este nombre no podía venir de la Sublime Puerta.
La clave la tenemos en una sesión del cabildo del día de San José de 1554, el año en que se publicó el Lazarillo de Tornes. En esa sesión municipal, además de nombrar a dos guardias para que vigilaran la Caleta, entre otras medidas se autorizó a los especieros, radicados en la calle Especería, que pudieran vender solimán «guardando las ordenanzas».
Si echamos mano del diccionario de la RAE, desaparecerá el turco Solimán y en su lugar aparecerá, con el mismo nombre, un producto químico muy venenoso, cloruro de mercurio, que se usaba en medicina como desinfectante. Se entiende ahora que, en un lugar bien diferenciado de las especies que normalmente vendían, los especieros vendieran este desinfectante bastante más peligroso que la mercromina, que, como se intuye, también tiene mercurio.
El caso es que ninguna despistada criada del Siglo de Oro llevara por error solimán para condimentar la comida, o los comensales iban a verse en peores aprietos que Chicote en Pesadilla en la cocina.