Seguidores del Hombre de Orce están transformando en escombrera la zona más próxima a la autovía por el Camino de los Almendrales, uralita incluida.
En ocasiones, Miguel de Cervantes parecía tener alma de político porque más de una vez anunció proyectos que no pudo llevar a cabo o, al menos, no hay rastro de ellos.
Es lo que ocurre con Las semanas del jardín, una obra de la que solo tenemos el título, aunque algún especialista haya encontrado alguna obrita suelta por ahí que, se supone, formó parte de estas semanas perdidas .
La obrita era un supuesto diálogo cervantino entre una defensora de la vida en la ciudad -una urbanita del Siglo de Oro- y un defensor de vivir como Félix Rodríguez de la Fuente y Miguel Delibes.
Cuatro siglos más tarde podemos anunciar que, sin ningún género de dudas, el supuesto personaje cervantino más campero que amante de la urbe habría tirado escopetado para la gran ciudad si, como el firmante y otros muchos malagueños, se hubiera dado una vuelta por la zona en la que el Camino de los Almendrales, pasada la autovía, se fusiona con la Naturaleza, en una suerte de antesala de los Montes de Málaga.
Es precisamente el emplazamiento encima del Mayorazgo, la cercanía de la autovía y la facilidad con la que, nada más cruzar un puente, se entra en pleno monte, lo que ha envalentonado a los vándalos motorizados para dejar de regalo a la Humanidad las deposiciones de sus camiones (o furgonetas).
Con la única compañía de un par de clubes hípicos, es el lugar perfecto para convertir la zona en una gigantesca escombrera con pinos y luego, enfilar la autovía y a ver quién es el guapo que trinca al infractor.
Como resultado, en este precioso rincón de Málaga, reverdecido por las lluvias de febrero y marzo, es mucho más fácil toparse con un cerro de escombros que con un caballo, y eso que los clubes andan cerca.
Esta sección ha recibido la queja de Laura, una madre que pasea por las tardes a sus hijos por la zona y que tiene que practicar una especie de eslalon para driblar el espurreo camionil.
El autor de estas líneas se dio una vuelta en coche y a pie en la tarde del martes por caminos asfaltados y de tierra y se topó con cerros de distinto tamaños, además de con tuberías sueltas y lo que parecía una moto por fascículos, despanzurrada en una hondonada.
El firmante no pudo localizar, sin embargo, porque el sol seguía impasible su descenso y empezaba a oscurecer, el más preocupante de los escombros: los restos de una lomita de amianto, depositada por algún descendiente directo del hombre de Orce.
La foto, proporcionada por Laura, la publicamos para que los lectores calibren el grado de taruguez y salvajismo de quienes realizan las deposiciones.
En una esperanzadora primavera, casi céltica por su verdor y humedad, siempre nos quedarán nuestros cabestros para transformar una maravilla en la palabra de moda: Basuraleza.