En la confluencia de los arroyos de La Caleta y Toquero sobrevive a duras penas el cartel indicador del puente de Don Wifredo, necesitado de una restauración un siglo de estos.
Después de la Guerra Civil tuvo lugar en Málaga una reordenación del callejero, que además de incorporar el principal elenco del bando vencedor, el de los militares rebeldes a la República, sin olvidar a José Antonio Primo de Rivera, tuvo como elemento positivo una recuperación de nombres de calles tradicionales que habían sido sepultados por el paso del tiempo.
Porque, pese al obligatorio peaje político del momento, un par de notables investigadores malagueños, Francisco Bejarano y Juan Temboury, se propusieron recuperar las denominaciones tradicionales, y son los responsables de que en nuestros días paseemos por calles como Angosta del Carmen, Atarazanas, Puerta Nueva, Fresca, Bolsa o Martínez.
Junto con esta estupenda labor, las calles de Málaga adoptaron como señalización de sus nombres las clásicas cerámicas verdes y blancas que todavía perduran en unos pocos rincones de nuestra ciudad.
Para que no desentonaran posteriores iniciativas, veinte años más tarde, en tiempos del alcalde García Grana, se señalizaron monumentos con este mismo tipo de cerámica y paneles de hierro forjado, para no romper con estilo -uno de ellos es el cartel a la entrada de la Alcazaba-. Los paneles de hierro forjado formaron parte de una labor de embellecimiento que hizo que Málaga ganara el premio a la ciudad más bonita de España a comienzos de los 60.
Han pasado muchas décadas desde que se llevaron a cabo estas dos iniciativas y a la vista del estado de conservación de una de las piezas, que ya ha pasado por esta sección en años anteriores, queda claro que a nuestro Ayuntamiento le importa un pimiento, y ya puede llevársela la próxima riada, que no moverá un dedo.
Esta es al menos la impresión que ofrece el destrozado panel de hierro forjado que, en la medida de sus posibilidades, todavía informa a conductores y viandantes de que en esos momentos están pasando por el puente de Don Wifredo, que no fue ningún rey godo, sino que se levantó en recuerdo del veterano don Wifredo Delclós, un ingeniero municipal de origen filipino, al que la ciudad le dedicó, a comienzos de los 60, este puente del Limonar.
Don Wifredo, ya en edad provecta, asistió a la inauguración. Medio siglo después, el mismo cartel sobrevive a duras penas a la falta de brío de nuestro Consistorio, que quizás ni sepa que existe.
El puente cruza la unión de los arroyos de Toquero y La Caleta y se encuentra casi ilegible, con el toque ungulado de una pintada. La parte posterior, menos expuesta al sol y a los vándalos, es mucho más legible.
No parece que restaurarlo vaya a tambalear los presupuestos municipales ni a necesitar una escuela taller. Ojalá que nuestro Ayuntamiento coja la indirecta y no deje que se pierda este precioso mobiliario urbano de otros tiempos.