Hoy comentamos un divertido caso de afrenta a la autoridad en la Málaga del XVII. La sociedad estamentaria era una fábrica de agravios.
Entre los casos de picaresca más llamativos que se recuerdan destaca el caso de Francisco Mayoral, que a comienzos del XIX se hizo pasar con éxito en Francia por el cardenal de Toledo Luis María de Borbón y fue recibido con todo lujo por las autoridades eclesiásticas del país.
Mayoral finalmente fue condenado a seis años de prisión en Málaga. Pero la cárcel no frenó su tendencia a dar gato por liebre y, al parecer, se dedicó a falsificar pases y licencias para los soldados del presidio. El colmo.
Eran los estertores de una sociedad estamentaria en la que la vestimenta hacía a la persona, de ahí que nadie cuestionara a alguien vestido de cardenal.
Con la salvedad quizás de Marta Ferrusola, cuesta imaginar en nuestros días una sociedad dividida férreamente por clases. Hay que recordar el estupendo libro Las Casas Consistoriales de Málaga, escrito en 2012 por Mari Pepa Lara y el añorado Antonio Garrido Moraga. La obra rescata un ejemplo del no va más de la sociedad estamentaria: la obsesión de autoridades de todo pelaje por contar con balcones en los que mostrarse durante las corridas de toros y festejos que se celebraban en la plaza mayor de Málaga, la actual de la Constitución.
El resultado de este afán por los balcones fue que se le practicaron tantos al edificio, que este se resintió. El libro muestra un par de prolijos planos de los siglos XVIII y XIX con el reparto de los balcones y ay de quien se los saltara (la primera fila de asientos reservado a los políticos de nuestros días es una broma al lado de la distribución de huecos en el viejo Ayuntamiento). Solo el auge que fue tomando la Alameda hizo que estas diatribas desaparecieran.
Estos ejemplos de la sociedad estamentaria vienen al caso porque hace dos domingos, en la sección Mirando Atrás, la profesora de la UMA Lorena Roldán habló de su tesis doctoral sobre los judeoconversos en la Málaga del siglo XVII, un trabajo de diez años galardonado con el Premio Málaga de Investigación en la modalidad de Humanidades. Por cuestiones de espacio, se quedó en el tintero un asunto que, pasados los siglos, el firmante encuentra ejemplificador y, por supuesto, muy divertido, aunque a nuestro personaje no se lo pareciera.
El protagonista fue un comisario de la Inquisición, enviado en el siglo XVII de Granada a Málaga para inspeccionar asuntos. Nuestro hombre fue invitado a una solemne ceremonia en la Catedral, con todas las autoridades, pero en lugar de darle el sitio que él creía que le correspondía -suponemos que muy cerca del altar- le pusieron junto a una columna de mala muerte.
El comisario cogió un cabreo mayúsculo y lo demostró enviando a la autoridad pertinente un plano de la Catedral de Málaga, con la detallada distribución de las autoridades en esa ceremonia y en negro, la columna maldita a la que fue desterrado, La investigadora ha incluido este plano en su tesis. Así se las gastaban en la Málaga más clasista.