El nuevo espacio de equipamiento para los vecinos de Campanillas, en la calle José Calderón, tendrá de telón de fondo una casa abandonada y ruinosa.
Ya en los años 60, cuando el incansable investigador Manuel Muñoz comenzó a patear los Montes de Málaga en busca de su historia, que luego documentaría en un libro fundamental, los Montes ya estaban plagados de ruinas de antiguos cortijos y lagares, semiderruidos testimonios de unos tiempos que se llevó para siempre la filoxera.
En Málaga han abundado este tipo de ruinas, también a las mismas puertas de la ciudad, como el Cortijo Jurado, finalmente reconstruido gracias a la presión normativa y, durante sus muchos años de decadencia, ligado a explicables misterios paranormales, como las sombras que formaban los camiones de la cercana carretera y que algunos ilusos interpretaban como figuras fantasmales.
No hay, que un servidor sepa, ninguna leyenda todavía en torno a la casa abandonada de la finca del Roquero, cuyos terrenos lindan con la calle principal del barrio de Campanillas, la dedicada al maestro José Calderón. Pero tiempo al tiempo y pronto llegarán los ectoplasmas y las psicofonías.
Esto es, sin embargo, lo que la asociación de vecinos Evolución de Campanillas quiere evitar, y de paso, accidentes más que serios en un edificio a tres pasos del núcleo urbano y en un estado calamitoso.
Ayer informó este periódico del acuerdo alcanzado entre la asociación de Campanillas y el Ayuntamiento, para rediseñar el proyecto de gran espacio de equipamiento, precisamente, delante de esta casa abandonada, para que se convierta en el gran espacio público que le falta a este barrio de intrincadas calles y mucha autoconstrucción.
Lo cierto es que no daría buena impresión contar con este equipamiento y de fondo, un cascajo sin valor arquitectónico que se cae por su propio peso; por eso mismo, en esa reunión, el Consistorio también fue partidario de que desapareciera, por seguridad de todos.
El autor de estas líneas se acercó hace unos días a comprobar el estado del inmueble, acompañado por la presidenta vecinal, Carmela Fernández y Ricardo Fombuena, también de la asociación de vecinos.
La conclusión es que un hospital robado tiene mejor aspecto que esta precaria estructura, atiborrada de pintadas y en cuyo interior, desprovisto de puertas y ventanas, se puede navegar por un mar de escombros, cristales y un popurrí de desechos, mientras el paseante observa los techos ennegrecidos. En cuanto a la planta superior, mejor no subir a ella.
Tampoco es aconsejable adentrarse por estos andurriales al caer la noche, básicamente porque el curioso también se puede caer con todo el equipo, ya que delante, rodeada por rastrojos, aguarda camuflada una alberca con aguas ennegrecidas, cascotes de cristal e inmundicias. La casa de El Roquero, prescindible parque de ocio de accidentes y quién sabe, de ectoplasmas sin oficio ni beneficio.