La publicidad de unas líneas aéreas alemanas señala como principal característica de Málaga sus playas de arena blanca y sus aguas turquesas. Faltan los atolones.
Ya hemos comprobado los días pasados cómo el criptourbanismo malaguita, la forma en la que se dan a conocer las actuaciones de la Gerencia de Urbanismo en farragosas notas explicativas, sólo está al alcance de los elegidos. Si estas explicaciones, nacidas de las mentes calenturientas de algunos arquitectos y técnicos, continúan, el español urbanístico y cursi que se cuece en estos lares puede que evolucione hasta una forma de expresión parecida a la del Manuscrito Voynich, el famoso texto ilegible, repleto de caracteres ignotos, que sólo ahora, después de un receso de seis siglos, está empezando a ser descifrado.
Pero también podemos toparnos con lo contrario, con una exposición tan cristalina que al final, el autor del texto, mecido por el optimismo irredento de la publicidad, termina pasándose tres pueblos, hasta hacer el lugar del que habla irreconocible.
Lo podemos ver en el anuncio por internet de unas líneas aéreas alemanas, de las que nos ahorraremos el nombre, precisamente para no darles publicidad. El caso es que nos ofrece una descripción de las playas de Málaga tan estupenda, que cualquier malagueño se sonrojaría y, finalmente, dudaría de que se estuvieran refiriendo a sus playas.
Y no será por falsa modestia, es que el anuncio en cuestión, presidido de forma incongruente por un pueblo de interior, y no por una playa de nuestra provincia, resalta como rasgo principal la «arena blanca» y el agua «azul turquesa» de las playas malagueñas. Se ve que el autor del anuncio, al que no hay que negarle buena voluntad, está muy influido por la emblemática pero irregular película El lago azul y que la historia de los dos niños, náufragos en una isla paradisíaca, le marcó de por vida.
Lo importante es que, para que un pasajero alemán, al aterrizar en Málaga, no se lleve un chasco y se acuerde de la madre de la publicidad engañosa, hay que presentarle nuestra oferta tal y como es, porque no necesita disfraces.
Está claro que la característica principal de nuestras playas no es la arena blanca, producto de la erosión de millones de conchitas, como puede pasar en las playas del Atlántico o en los Mares del Sur. Lo del azul turquesa es más discutible, pero lo cierto es que aquí no andamos sobrados de atolones y tampoco ese color es el que más abunda.
Tenemos, eso sí, unas playas surgidas en su mayoría del aporte de los arroyos vecinos y unos servicios que ya los quisieran las zonas hoteleras de los Mares del Sur.
En cuanto a la arena blanca, el único experimento realmente caribeño, atlántico o polinesio fue el realizado hacia 1983, cuando Luis López Peláez ideó una calita de arena blanca en las remodeladas playas de Pedregalejo.
La iniciativa, totalmente artificial, fue jaleada por los usuarios dado lo exótico del invento, pero duró un suspiro (confiemos que lo mismo que este anuncio que se pasa de bienintencionado).