En la tarde del lunes, un editor recibía una novela dedicada a Antonio Garrido, con el parlamentario malagueño convertido en uno de sus protagonistas. Fallecería poco después.
¿Existen las casualidades o todo forma parte de un plan que desconocemos? Al menos al que esto escribe le resulta impensable que este mundo sea igual que una colonia de bacterias dejada a su suerte en la inmensidad del Universo. Por eso, a veces, se producen circunstancias en la vida que dan que pensar y parecen atisbos de un futuro que no se limitará a la crianza bajo tierra de malvas.
Le ocurrió al firmante en la tarde del pasado lunes. Serían las 7 cuando envió a un editor la tercera novela de humor recién terminada de una trilogía, con un elemento muy especial: estaba dedicada a Antonio Garrido «por partida doble», porque además de aparecer en la dedicatoria, el profesor malagueño era uno de los protagonistas principales del libro.
No era ninguna excentricidad. Con la generosidad que le caracterizaba, el parlamentario andaluz llamaba al autor de estas líneas cada vez que terminaba una novelita de humor, para animarle en el camino.
En la última ocasión, como la trilogía transcurre en una hipotética colonia española al sur de Inglaterra, un espejo deforme de Gibraltar, Antonio comentó que en ese territorio todo podía suceder y por tanto, tenía toda la libertad del mundo para imaginar lo impensable. Y uno le tomó la palabra y este verano pasado le contó que, con mucho gusto, el profesor Garrido Moraga, pajarita incluida, sería uno de los personajes de la siguiente novela, noticia que recibió con una sonrisa.
Así que un servidor, desde el arranque del verano hasta el pasado lunes a las 7, ha estado bregando con la trama, ambientada en los años 40, en la que tiene un papel primordial Antonio Garrido, catedrático de Literatura en Salamanca, discípulo de Unamuno y, por si eso no bastara, profesor de Literatura española de la Familia Real inglesa.
Y ahora, resulta que un par de horas después de terminar la convivencia de tantas semanas con el quijotesco profesor, de seguir la pista al enciclopédico Antonio por tierras literarias, el Antonio real nos deja y uno se queda doblemente huérfano y le dan ganas de darle el pésame a la criatura salida de su modesta pluma, porque existe gracias a Antonio Garrido.
Sin duda era el político más brillante y preparado de su generación, en unos tiempos aciagos en los que la norma es enlazar cargos desde la juventud y no cotizar un solo día fuera de la carrera política. Antonio era, para empezar, catedrático y académico de la Lengua y fue un magnífico concejal de Cultura, lo mismo que habría sido un consejero o ministro de Cultura excepcional, si se hubieran dado las circunstancias.
Pero este todoterreno de sabiduría, simpatía y fuerza vital era, ante todo, una bellísima persona, capaz de ponerse al nivel de cualquier interlocutor y empatizar con él, una cualidad al alcance de muy pocos.
No invento nada. Siempre fuiste un personaje de novela. Gracias, Antonio, por partida doble.