El pasillo verde de los jardines de Chiquito de la Calzada evidencia un cambio urbanístico de rumbo en el Salvaje Oeste de Málaga.
Mucho antes de que Ovidio echara los dientes, el poeta romano Tibulo (a quien hoy en día las rimas carnavalescas se habrían cebado con él) ya dedicaba versos a su amada y, como era costumbre en la época, alababa la vida en el campo frente al incordiante sinvivir de Roma. Donde estuvieran un arado y una cepa, que se quitara todo lo demás.
Es menester recordar a Albio Tibulo porque, si hubiera conocido algunos rincones de nuestra ciudad, a lo mejor se habría pensado mejor lo de irse a vivir donde Augusto perdió la sandalia.
El aumento de jardines públicos desde el siglo XVIII a nuestros días ha ido llenando Málaga de zonas verdes, aunque siga cojeando, precisamente, por el Salvaje Oeste, un calificativo que bien puede recibir la parte Oeste de Málaga, porque ha padecido un desarrollo urbanístico a lomos del caballo de Atila.
El temporal ha remitido, salvo alguna marejada desarrollista como la de los terrenos de Repsol, por una miopía política caballuna propia del señor Scrooge. Pero quitando esta cateta rémora de los 70, Tibulo se sentiría a sus anchas, por ejemplo, en un rincón del Oeste de Málaga como el parque dedicado al desaparecido Chiquito de la Calzada.
No hace falta esperar a la escultura que ya prepara Juan Vega del humorista trinitario para recordarlo. En este bonito parque no hay, menos mal, fistros de plantas, sino ficus con ganas de emular en altura a la chimenea de los Guindos, la misma que durante años lució un gigantesco mensaje de amor dirigido a Mónica que habría fascinado al vate romano.
Con la salvedad de muchos de los bancos de madera, copados por pintadas de cenutrios que transmiten un pensamiento indigente, y con la excepción de unos incómodos bancos sin respaldo que parecen la mesa de trabajo de un forense, el parque es, todo él, un suave paseo hacia el mar, en una parte de Málaga que, a Dios gracias, no ha permitido el murallón de bloques de La Malagueta, gracias a la oposición vecinal.
Además, una de sus dos fuentes, más cercana a un estanque con chorros de agua que a una fuente, cuenta con un puentecito de madera en aceptable estado que, al igual que en el Parque del Oeste, permite otear la propiedad municipal con todo lujo de detalles.
Además, la zona verde sólo cuenta con un parterre elevado, al contrario que el laberíntico arranque del Parque del Norte, que tanto incordia a los vecinos de Nueva Málaga. El parterre, en realidad, es una ingeniosa forma de camuflar una suerte de depósito, que con esta solución parece un prado irlandés.
Un pasillo verde, en suma, que evidencia que, en algún momento de su historia, la planificación urbanística de Málaga dejó de ser la Casa de Tócame Roque. Para frenar a Roque, ahí está Chiquito. Y Tibulo.