En la perchelera calle de Agustín Parejo, malagueños de nuestros días siguen las milenarias pautas del poblado indígena ibero que se levantaba en las cercanías y están forjando un vertedero en la intrincada vegetación.
Mucho antes de que Homero comenzara a memorizar las aventuras de Odiseo, desde la plaza de San Pablo al Llano de Doña Trinidad, entre los actuales barrios de La Trinidad y El Perchel, se levantó un modesto poblado indígena de cabañas, anterior a la fundación de Malaka por los fenicios.
¿Cómo pasaban los días estos malagueños anteriores incluso al nacimiento de Málaga? Desde luego, no jugaban al bingo. Pasaron por el mundo en unas circunstancias duras pero, cuando menos, estables, porque según atestigua nuestro Ayuntamiento en un informe, el poblado duró aproximadamente desde el siglo XIII antes de Cristo -cuando se calcula que tuvo lugar la Guerra de Troya- hasta el VI antes de Cristo, así que convivieron con la vecina Malaka fenicia.
Estos antepasados de los trinitarios y los percheleros de nuestros días guardaban sus alimentos en silos, se fabricaban sus propios utensilios de cerámica y la última moda que tenían era pasear sobre un pavimento de conchas, pues la playa no quedaba tan al sur como en la actualidad y los materiales, se intuye, no pesaban demasiado.
Además, los arqueólogos han encontrado indicios hasta de un basurero, lo que evidencia que eran personas limpias y curiosas que preferían lavar los platos sucios en casa.
Lo llamativo es que, la misma pauta, de forma espontánea, se está reproduciendo en los límites de ese milenarísimo poblado ibero, justo al otro de lado del Llano de Doña Trinidad, en la calle Agustín Parejo, haciendo esquina con la calle Fuentecilla.
Nos referimos a la lenta pero inexorable formación de un vertedero en el solar que en sus días ocupó un caserón de tres plantas y patio interior que pasó a mejor vida en este siglo y del que solo quedan los cimientos. Pero para verlos, habrá que esperar a la época de la siega, porque en el terrenito ha crecido un follaje tan espeso, que hasta una división de tanques podría encontrar refugio y pasar desapercibido para el enemigo.
Pero, si el paseante no es de la talla de los Gasol, basta con ponerse de puntillas, estirar la cabeza y sortear las vallas metálicas para otear un catálogo completo de sillas de plástico voleadas a la buena de Dios, sin que falten las botellas vacías, imprescindibles en todo solar de trapío.
Por lo intrincado de la vegetación, a un servidor el paisaje le ha recordado un solar abandonado camino de La Corta, que también conserva desde tiempo inmemorial un sanitario, quién sabe si objeto de adoración de las tribus paleolíticas.
Qué Málaga es una ciudad milenaria que sabe preservar sus tradiciones lo demuestra este bosquete inexpugnable y repleto de basura.
Cuando Homero daba los primeros pasos por el mundo, por estos andurriales ya se había formado un basurero bien ordenadito. En nuestros días, seguimos con el invento.
Mucho alumbrado navideño para el Centro Histórico-Comercial y muy poca atención para los barrios. Gracias, don Francisco de la Torre; gracias, ¿oposición?