Para quienes deseen lanzar, metafóricamente, el móvil bien lejos durante estos días navideños de concentraciones familiares, aquí tienen una ruta corta y sin complicaciones.
Se le atribuye a John Lennon una conocida definición de la vida según la cual, a grandes rasgos es lo que nos pasa mientras hacemos planes.
En nuestros días, la definición del genial beatle habría que actualizarla y dejarla, a grandes rasgos, en algo así como que la vida es todo lo que nos pasa mientras consultamos el móvil.
En este sentido, servidor asiste con preocupación al aumento exponencial de zombies tecnológicos de todas las edades en los autobuses de la EMT, con especial incidencia en los usuarios de 18 a 30 años que, salvo frenazo violento, no suelen levantar la vista de la pantalla hasta que desembarcan en la Universidad de Málaga y durante todo el trayecto permanecen envueltos en un silencio que, a su lado, el interior de la pirámide de Gizeh es la verbena de la Paloma.
Pero pasar buena parte de la vida pendiente de una aplicación con un redondelito verde y un teléfono blanco en el centro tiene sus sacrificios. Uno de ellos es caminar por Málaga con aspecto de crucerista desnortado y, de propina, cabizbajo, con lo que la Ciudad del Paraíso sólo se puede intuir y, mayormente, la calzada.
Por eso, aquí tienen una modesta y corta ruta para quienes quieran, en estas fechas navideñas tan propensas al reencuentro familiar, practicar un nuevo deporte: el metafórico lanzamiento de móvil. De paso, descubrirán las mieles de la conversación o de la reflexión interior y el camino propuesto les permitirá ahuyentar los pájaros de la cabeza y, en su lugar, disfrutar de los reales.
No hay que trasponer para ello hasta la Desembocadura del Guadalhorce. Algunos recordarán que la semana pasada hablamos de un posible ritual prehistórico-vandálico al final de la calle del Agua. Pues bien, ese urbanístico fin del mundo, ese terrizo-cagadero con pintadas, restos de poda y ñoscos enlaza con una de las subidas al Monte Gibralfaro, que o bien te pasea por la ladera que asoma al barrio de Pinosol, junto a Barcenillas, o bien te enlaza hasta la carretera principal.
Pero si el paseante no pretende emular a Edmund Hillary, puede subir hasta el camino principal entre los pinos y en lugar de tirar hacia arriba, como las cabras y los amantes de las experiencias intensas, optar por un suave descenso hasta la calle Mundo Nuevo, a la vez que va contemplando toda la Málaga que se desparrama por la ladera de Gibralfaro, hasta el infinito y más allá. No descubro América.
Nieblas cervantinas
Comunican las alturas de La Corta y el Camino de San Alberto, una vez pasada la autovía, con una de las vías que más entronca con una Málaga perdida en las nieblas del Siglo de Oro: el Camino de los Arcabuceros, que permitía unir a caballo la capital con Antequera a través de los Montes de Málaga. El nombre continúa.
Estas Crónicas de la Ciudad, Alfonso, son cada día más intensas, y van formando todo un retablo periodístico que tiene un valor testimonial realmente inapreciable, es decir, impagable. Te sitúan en el tiempo y a la vez te dimensionan : ves el pasado desde el presente y se adivina a veces qué puede ser el futuro de esta ciudad que fuera llamada un día “del Paraíso”. Gracias por tus escritos.