Incluso zonas tan trilladas por el peatón malaguita como el Parque de Málaga esconden pequeñas sorpresas. Aquí van algunas de ellas.
Ayer, la incursión por la parte más agreste de la calle del Agua nos transportó, o al menos esa era la intención del firmante, a los albores de la Humanidad, cuando caminar erguido sobre dos piernas era casi una novedad y los andares (encogidos) de Groucho Marx habrían sido considerados una rémora del pasado.
Como bien sabe el recordado director del Metro de Málaga, el profesor Enrique Salvo Tierra, durante la Prehistoria los helechos poblaron la Tierra, aunque hoy se hayan convertido en acomodaticias plantas de interior.
Pasear por esos paisajes remotos, anteriores incluso al nacimiento de los nacionalismos periféricos, debió de ser una experiencia maravillosa, como introducirse en un cuadro del aduanero Rousseau, en el que se adivinan los ojos de criaturas salvajes en mitad de una tupida selva.
En nuestros días, y en esta Málaga de los museos, la experiencia más parecida a una incursión selvática nos la ofrecen el Jardín Botánico de La Concepción y el Parque, dos rincones en los que todavía es posible encontrarnos con la sorpresa.
En lo que respecta al Parque, por ejemplo, podemos toparnos con auténticos pecios de mobiliario urbano, pese a que algunos de ellos tan solo tienen 20 años.
Es el caso de tres bancos de azulejos, donados con motivo del primer centenario de esta preciosa zona verde en 1997. El Ayuntamiento decidió dejarlos en su sitio, pero se encuentran en una pose parecida a la Estatua de la Libertad en la película El planeta de los simios, es decir, semienterrados o más bien, asomando a duras penas en los paseos de tierra, de tal manera que ya sólo sirven para que allí se siente a descansar Torrebruno, que en gloria esté.
Además, de estos bancos supervivientes apenas queda rastro de lo que los hizo posible, ya que en dos de ellos alguien -no sabemos si algún trabajador rencoroso- se ha dedicado a rajar el nombre de la entidad que los donó, como hacían los romanos con los emperadores caídos en desgracia, así que sólo se lee el de una de las empresas donantes: la Caja Rural de Málaga.
Frente a estos pecios semiocultos -en el tramo más próximo a la escultura a Rubén Darío- la reforma del Parque hace una década hizo posible la recuperación de una escultura que hasta entonces estaba perdida entre la maleza y ni los descendientes del homenajeado eran capaces de localizarla. Se trata del busto al pintor Bernardo Ferrándiz, realizado por Agapito Valmitjana en 1913, aunque buena parte de su existencia se lo haya pasado en una especie de zulo botánico sin podar ni despejar.
Y un detalle muy bonito: si se acercan a la glorieta de Modesto Laza, la de los árboles de la Noche Triste de Cortés, verán en mitad de un parterre lo que parece uno de los mobiliarios más veteranos del Parque: un banco de mármol, que ya sólo se exhibe como pieza museística. En mitad de la selva subtropical, el hallazgo.