Los amantes del cine y los paisajes degradados siguen teniendo en la entrada a la antigua fábrica de ladrillos, un rincón donde disfrutar de tan extravagantes gustos.
Cuenta Enrique Gallud Jardiel, nieto de Jardiel Poncela, en uno de sus últimos libros de humor, Peliculeces que en el cine negro la nevera del detective suele estar como un hospital robado, con la excepción de un solitario cartón de leche, que cuando el detective se lo lleva a la boca, debe escupir el contenido porque la leche está agria.
Ayer hablábamos de carteles, y no falta en el séptimo arte, cada vez que aparece una mansión abandonada, un primer plano de un cartel ajado con el nombre de la casa, sujetado sólo por una de las esquinas, que se bambolea y chirría con el viento que, casualidades de la vida, sopla en el justo momento en que enfoca la cámara.
Esa teatralizada toma debería ser la primera de toda incursión cinematográfica en la abandonada fábrica de Salyt. De hecho, sin asomo de coña marinera, el autor de estas líneas, hace unos años ya comentó que podía ser un lugar excelente para rodar una película que incluyera un escenario decadente, un área azotada por alguna central nuclear averiada que hubiese sido abandonada a todo meter.
La recomendación, por cierto, suscitó el interés real de la Málaga Film Office, así que si algún día van a ver la continuación de Mad Max y se topan con una fábrica de ladrillos que les resulta familiar, sabrán que para algo sirven estas crónicas.
Lo cierto es que el entorno es tan decadente, que los objetos despanzurrados y espurreados delante de la fábrica parecen obra de un agudo técnico de atrezzo, porque en toda escena que simule un vertedero no puede faltar, y aquí no falta, un sanitario, que por el triste estado en que se encuentra, solo puede ser llamado váter, sin eufemismos elegantes.
Y qué decir de los restos de un palé en el que parece que se han posado los egos de Trump y Maradona y del panorama descuartizado de todo tipo de paneles, cajas de plástico, tablas quemadas y enseres en descomposición, con un fondo de pintadas tan feas como poco gigantescas.
Y para que los protagonistas de esta supuesta película se den su garbeíto, el rincón decrépito se prolonga en un túnel terrizo que conecta dos auténticas dimensiones espacio temporales, porque si avanzan por él, dejarán atrás el holocausto nuclear, el polígono industrial barrido por un huracán tropical para ingresar en la zonas civilizadas del Parque del Norte y el Skate Park, una zona de Málaga en la que, como mandan los cánones, los sanitarios -ahora sí- se encuentran en los cuartos de baños y no a la intemperie.
En el interior del túnel sólo hay cerros de escombros de aspecto nada imponente y pintadas tétricas, ideales para ambientar una tertulia de zombis o cualquier otra ensoñación cinematográfica.
Si les gusta la emoción, el cine y los paisajes degradados, este es su rinconcito en la Ciudad del Paraíso. A mandar.